miércoles, 25 de febrero de 2009

Hacia una Política de Estado respecto de la producción agropecuaria y ganadera nacional

Ante la crisis internacional –que aún no ha desembarcado en nuestra tierra- es primordial que pongamos manos a la obra para comenzar, al menos, la discusión de una Política de Estado del sector productivo por excelencia de la Patria.

Por el Arq. José Marcelino García Rozado

Por primera vez en el presente siglo XXI, nuestro país se está enfrentando a una muy seria crisis que suma una serie de variables nunca vividas por el sector productivo por excelencia de la Patria. Luego de casi seis años de crecimiento y desarrollo sostenido y cuando todos pensábamos que se había comenzado a recorrer el camino definitivo hacia un desarrollo sostenible, movido por una racha de muy fuerte crecimiento, luego de los desbarajustes de los 90 del siglo pasado, se ha vuelto a entrar en un período de decrecimiento nacional. Pero lo que nunca se llegó a pensar sucedió, por un lado el campesinado nacional se encontró con un Gobierno decidido a cambiar aquella racha positiva, por otra donde primó la expoliación más brutal e inequitativa y dónde se le exigió al sector que fuere solo él, quien debía hacerse cargo de aportar a la recuperación de los sectores excluidos.

Si a ello le sumamos que la crisis internacional, desatada mundialmente desde hace ya casi tres años –aunque explayada abiertamente desde octubre de 2008- y que aún no llegó a nuestras costas salvo en el agro, con precios de venta internacionales en franco retroceso que acompañan además una retracción de los mercados globales, provocando menores solicitudes de compra –exportaciones a la baja-, y con precios internos en alza, producto especialmente del encarecimiento inflacionario de los servicios, los sueldos, los fletes, los subcontratistas y los insumos; comenzamos a descubrir el porqué del retroceso que comenzó a sentirse –desde setiembre de 2008-, desaliento mediante, entre los productores del sector.

Pero como si esto fuera poco a estas dos “pestes” se le sumó un tercer “fenómeno” –éste sí- climático y que sumado a las dos causas anteriores terminó convirtiendo al sector agropecuario nacional en un desecho de lamentos, piquetes y quebrantos como casi nunca se había visto en la nación. La “seca”, o sequía casi generalizada en los sectores productivos de más altos rindes de la “pampa húmeda” –Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe- y de los sectores de rindes medios y medio bajos –La Pampa, Entre Ríos, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, etc.- afecta además de a los sectores campesinos, a las industrias que dependen de ellos y a la economía en general.

Cuando observamos que las estimaciones más optimistas consideran que entre U$s 10 a 13 mil millones dejarán de circular durante el presente 2009 en nuestro país a raíz de la crisis desatada en el sector. Cuatro factores incidieron para que esto sucediera en medio de aquella racha positiva –de viento de cola- que azotaba a nuestra economía, confluyeron para definir un contexto radicalmente diferente al de la historia reciente y no tan reciente argentina. Nuestra Patria nunca había conocido tal crisis en el sector agrario, ya que es preciso explicar que nunca confluyeron como ahora estas cuatro variables o factores.

En estricto orden de llegada, estas fueron: a.) El conflicto rural desatado por la imposición de la última suba de las “retenciones” que implicó que el Estado se asociase a los productores en porcientos cuasi confiscatorios, pasando de un muy alto 27% -20007- a más de un 35%, tras lo cual intentó legitimarse aquellas mediante la frustrada Resolución Nº 125; b.) La caída de los precios internacionales, que se sumaron a la pérdida de mercados trabajosamente obtenidos por la política de trabas y cupos, que se escudaban tras la impronta de pretender proteger el precio del consumo interno; c.) La merma de negocios por la crisis internacional, y que comenzó a sentirse a partir de agosto-setiembre de 2008 en conjunción con la merma de precios explicada en “b”; y por fin d.) La sequía, una de las más severas de las que se tenga memoria por lo menos en los últimos setenta años.

Nadie, apenas hace un año, podía llegar a imaginar semejante saga de imponderables, la bonanza y las esperanzas de tiempos promisorios que se respiraba, trocó en este presente terrorífico, que reimpuso en el sector aquellas viejas películas en blanco y negro de Bela Lugosi. Pero este es quizás, debido a la profunda crisis existente, el momento más adecuado para comenzar a pensar y proponer una profunda reflexión que nos conduzca hacia el desarrollo de una Política de Estado seria, innovadora y consecuente para el sector agroganadero, y agro alimenticio nacional.

Las crisis albergan en su profundidad, serias posibilidades de crecimiento y desarrollo, y es en medio de ellas cuando se suelen encontrar los caminos que nos conduzcan a los destinos de grandeza a que por destino histórico “estamos condenados”. Porque es impensable no entender que nuestra nación está condenada a desarrollar una “industria” agroganadera de última generación, tecnológicamente avanzada y que se sustente en las particulares características geográficas de la argentina.

No existe –salvo en algún despacho del actual Gobierno, donde se suele mirar la realidad con una lupa deformada-, una estimación sobre el futuro inmediato que no refleje las muy fuertes caídas de la producción de cereales, oleaginosas, carnes, lácteos y productos regionales –limones, tabaco, ajo, etc.-; motivados por la caída de los ingresos del sector y por la sequía, a los que deben sumarse la desmoralización campesina. Los mismos relevamientos realizados por los técnicos de la Secretaría de Agricultura –asentados en todo el país- debieron dejarse de dar a publicidad (publicarse) debido al cúmulo de pésimas noticias que ofrecía. A pesar de que la situación climática –secas- cambiase la suerte de la campaña 2009 ya está echada para la casi totalidad de los cultivos, y la misma es pésima.

La soja a ser levantada termina mermando en casi un 40%, el maíz y el girasol aún por cosecharse entregarán mermas muy significativas, lo que sumado a la catástrofe triguera nos ubican muy alejados de las 95 millones de toneladas de granos del ciclo 2007/2008; entregándoles la razón a aquellos pesimistas que pronosticaban rindes inferiores al 30% culpando a la falta de una política agraria de tal situación. Los técnicos de las entidades agrarias –FAA, Coninagro, CRA y SRA- hablan de una caída o merma de más de 30 millones de toneladas, no difiriendo en mucho con los más optimistas que hablan ya de mermas de cerca de 20 millones de toneladas. El muy conservador Departamento de Agricultura de los EEUU –USDA- corrigió a la baja, de manera realmente brutal su estimación sobre las cosechas argentinas y en los informes de dicho organismo y en los del Departamento de Estado y el Tesoro se consigna con preocupación la “falta de políticas de Estado y de Gobierno de la Argentina”.

Más allá de que logremos 65 millones o que se alcancen los optimistas 74 millones de toneladas –Agritrent- la “maldita sojización” de la que habla la Administración gubernamental se mantiene intacta y con cada vez más buena salud, ya que el 56% de cualquiera de aquellos volúmenes los aporta dicho cereal, o sea cerca de 42 millones de toneladas se deben a la soja. Es así, como por efecto de una falta total de política agraria nacional, los cereales, la carne y la lechería argentina se encuentran en caída libre, teniendo hoy su participación más baja de toda la historia en la ecuación agrícola, luego del repunte vigoroso y casi milagroso de los primeros años del modelo productivista impuesto por la administración Duhalde.

Nunca en los últimos 35 años se obtuvieron rindes tan bajos, 8,5 millones de toneladas de trigo -6 millones es el consumo interno- y llegan 13 millones de maíz -40% menos que un año antes- volviéndose a tonelajes superados desde 2003, pero lo muy grave es que es en este casi medio último siglo la de peor composición; todo ello producto de dos principales razones, la primera es que se dejó de sembrar un 10% del área –pasando de 32 a escasos 29 millones de hectáreas- como consecuencia de la falta de expectativas de los productores –pelea con el gobierno y merma de las cotizaciones- y luego se sumó la seca, que impidió ocupar casi 1 millón de hectáreas con soja. Si ha ello sumamos la caída en los “rindes”, que en algunas zonas cayeron a casi la mitad y a la merma del cereal –maíz- que aporta un enorme volumen en poca cantidad de hectáreas debido a la sequía, y a la falta de inversión tecnológica –las más baja en los últimos 10 años-, siendo la fertilización el rubro más castigado, tenemos un panorama realmente trágico.

Si Argentina no desarrolla una verdadera Política de Estado agropecuaria, la nación considerada el “granero del mundo” por excelencia, perderá el tren de la historia así como ya ha perdido la preeminencia en los mercados cárnicos ovinos y porcinos, situándose muy por detrás de sus otrora competidores –Australia, Brasil y hasta Paraguay-, ya que sin perspectivas reales de ganancias, los productores –chacareros, tamberos, ganaderos-cabañeros, etc.- seguirán reduciendo las inversiones en tecnologías e investigación, en equipamiento y en desarrollo de nuevas metodologías productivas.

Ya se mermó en 1,5 millones de toneladas la aplicación de nutrientes imprescindibles para el cuidado de los suelos e incrementar la productividad, representando la friolera de un 40% de caída respecto de años anteriores, a lo que deberá sumarse que las caídas también se verifican entre los proveedores de insumos –semilleros y agroquímicos- y en los productores de maquinaria agrícola, terminando en incidir en la propia industria automotriz –camiones y pick-up-. Ante la caída en los precios internacionales, provocada por la crisis-recesión internacional que ya nadie apuesta a que se revierta en el corto ni mediano plazo, algunos técnicos y consultores especializados estiman que a la argentina dejarán de entrarle un 41% respecto del año 2008, lo que representa una cifra estimada en más de U$s 14 mil millones; apenas se llegarían a cobrar a valores FOB unos U$s 19 mil millones.

La falta de una “Política de Estado Agropecuaria, solamente durante este año 2009, le provocará al Estado-Gobierno un quebranto de casi U$s 4 mil millones, resintiéndole sin duda las cuentas fiscales en un año clave, pero lo verdaderamente preocupante es que esto puede terminar por convertirse en crónico, y al suceder, revertir el proceso histórico nacional de crecimiento asentado en la producción agrícola-ganadera, alimenticia y biotecnológica, para terminar de reconvertirnos en una nación importadora de alimentos y de sus commodities; lo que representaría un verdadero desastre nacional.

Mantener el peso del ajuste sobre el sector agrícola, terminará por repercutir sobre las empresas proveedoras, los asalariados directos e indirectos, y sobre la totalidad de la cadena productiva y, asimismo, sobre la industria alimenticia nacional provocando un profundo crack social y sectorial. Un estudio de Confederaciones Rurales Argentinas –CRA- basado en los precios FAS (pagados al productor) esperados durante este 2009, asegura que los chacareros cobrarán por su cosecha U$s 12.660 millones, o sea unos U$s 10 mil millones menos de lo que pudieron cobrar por los granos en la campaña 2007/08, con un recorte de ingresos del 44%, este trabajo agrega las pérdidas que sufrirán también la producción de carne bovina y leche, debido a la “seca” y a la “intervención oficial” en esos mercados, concluyendo que la merma de ingresos total rondará los U$s 14.500 millones o el equivalente a $ 50 mil millones, más de la mitad de lo que el Estado recaudó con el traspaso de las AFJP.

Aquella pavorosa cifra, cita el trabajo, equivale a 43 mil cosechadoras, 140 mil tractores, 350 mil pick-up 4x4, 150 millones de rollos de alambre o el sueldo anual de 1,35 millones de empleados de comercio, enumeración de sectores industriales y de servicios que indiscutiblemente sufrirán la merma de ventas como consecuencia del nuevo escenario ya reinante. Las intendencias cordobesas, santafesinas y bonaerenses ya sienten aquellas consecuencias, donde se asientan industrias metalmecánicas ya están en emergencia desde hace más de un cuatrimestre. Las cámaras empresarias de transportistas –camioneros- calculan que se perderán entre 940 mil a 1,255 millones de fletes y viajes; lo mismo podrá decirse sobre el resto de la cadena de comercialización que participa en un 3,5% de la facturación bruta, y los contratistas –cosechadores, sembradores, etc.- que participan con un 7%.

El futuro de la enorme mayoría del pueblo argentino está directamente atado a la cadena agropecuaria nacional, ya sea en forma directa –integrantes- o indirecta –consumidores- por lo que urge encarar definitivamente esta verdadera epopeya que implica generar la discusión que nos conduzca a los acuerdos básicos que desemboquen en la tan imprescindible confección de la “Política de Estado Agrícola”. La falta de ésta, al igual que la sequía afectará además de a los productores rurales y sus actividades conexas, a las arcas fiscales, el comercio pudiendo en un muy corto plazo reconvertir el actual crecimiento –ya paralizado y quizás en retroceso por efectos de la crisis internacional- en terreno negativo, pasando de tener superávits fiscales y comerciales (de balanza de pagos) a déficits sumamente onerosos tanto fiscales como comerciales.

Cuando los especialistas estiman que el crecimiento será nulo -0%- o incluso negativo –(-)2%- producto de la recesión y deflación global, la falta de políticas comerciales y productivas respecto del sector agrícola, acompañado de la desincentivación a aquellos productores nos marcan un camino sembrado de piedras y obstáculos inimaginados hace apenas un lustro atrás. Al 5% del retroceso del PBI agropecuario habrá que agregarle el desempleo que irremediablemente se provocará –entre 50 a 180 mil puestos laborales- o sea una caída del 1,2% de la ocupación total actual.

El desabastecimiento en carnes, leches, harinas impactarán directamente en el bolsillo popular y la merma de producción de cereales –cebada, centeno, maíz, soja, etc.- incidirá internamente y en los saldos exportables lo que acarreará una profunda caída del superávit comercial que terminará, con suerte, entre U$s 4,5 a U$s 5,3 mil millones bajando las recaudaciones por las retenciones cuasi confiscatorias en U$s 3,5 mil millones, a lo que debemos sumarle el costo de la “emergencia agropecuaria” –sin contar los desmanejos y las “fugas”- de casi $ 5 mil millones y las reducciones en la recaudación de IVA e Ingresos Brutos.

Este desalentador panorama se ve agravado porque el menor ingreso de divisas –U$S- impactará en la capacidad de pago de los compromisos externos nacionales, además la baja en la liquidación de divisas provocará “estrés cambiario” –oferta de dólares- lo que sumado al aumento de la demanda por la “baja de confianza” del mercado y el pueblo podría llevar a una brusca devaluación y sus consecuencias inflacionarias internas, repitiéndose viejas y conocidas espirales devaluatorias e inflacionarias y a una nueva frustración popular.

A este desolador futuro, nada imposible de que suceda, sólo se le puede oponer una agresiva política de crecimiento, inversión, desarrollo y tecnificación apoyada en nuevas y renovadas expectativas sectoriales y acompañadas desde el Estado con políticas claras, continuas, e integrales focalizadas en duplicar en el corto plazo –quinquenio- y triplicar en el mediano –decenio- la producción agropecuaria y ganadera nacional, llevando la producción de granos a 300 millones de toneladas y los rodeos vacunos a más de 120 millones de cabezas, mientras que la producción lechera debe superar los 30 mil millones de litros. Implementar sistemas de riego colectivos que prevean los efectos destructores de las “secas” –perforaciones a grandes profundidades y reservorios o canalizaciones-, generación energética barata y bien distribuida basada en nuevas tecnologías renovables –eólica y solar- y construcción, ampliación, modernización y mantenimiento de una verdadera red vial que permita el acceso la siembra y recolección de las producciones agropecuarias, y la creación de una importante red ferroviaria que además de integrar las localidades del interior nacional sirvan como moderno sistema de transporte que centralice y complemente al sector de transporte automotor de cargas.

Pensar la Argentina del siglo XXI es imprescindible, ya hemos perdido el primer decenio, no sigamos perdiendo y despilfarrando el futuro de nuestros hijos y nietos. Esta y no otra es la consigna nacional y el legado doctrinal de nuestro líder.

Arq. José Marcelino García Rozado
Mesa Político Sindical José Ignacio Rucci

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