Michelle Bachelet visita a Cuba: la isla controlada por una dictadura de medio siglo de duración. A ella no le importa. Solo le importó "su dictadura", la que padeció y por la cual, dice, fue torturada. Pero las torturas de los Castro a los cubanos que no aceptan vivir bajo sus botas, ésas no cuentan.
Por Iliana Curra
La presidenta electa democráticamente no entiende que, estrechar la mano a un tirano, o a uno de su claque, es mancharse sangre. Es denigrarse como persona, es ser cómplice de los crímenes de esa dictadura militar, es ser partícipe de ese mundo encubridor que no quiere saber la realidad de una nación en ruinas, tanto material como espiritual. No querer ver, ni sentir el dolor de un pueblo sometido, reprimido y sin derechos.
Hoy el socialismo chileno le rinde culto a un dictador militar, mientras todavía lloriquea por la dictadura del General Augusto Pinochet. ¿Acaso hay diferencias? Creo que sí: Pinochet gobernó autoritariamente, pero realizó un plebiscito que perdió y luego cedió el poder. Fidel Castro lleva 50 años y, supuestamente retirado por razones de salud, sigue llevando los hilos del poder, aunque tenga que reinventarse cada día con un supuesto escrito llamado "Reflexiones". Su absolutismo y su aferramiento al mandato lo hace uno de los peores dictadores de la historia, y la dictadura más larga de América Latina, ese mismo continente que con algunos gobiernos corruptos, otros socialistas y otros totalmente cómplices, aplauden al moribundo y su régimen oprobioso.
Michelle Bachelet ha pisado suelo cubano para mancillarse como presidenta democrática, como mujer y como presunta defensora de los derechos humanos, una defensa tan cuestionable como su condición de demócrata. La historia no podrá perdonar su afrenta al pueblo de Cuba, su insulto al derecho a la libertad que tiene el pueblo cubano, su desprecio por la oposición interna, su burla a los prisioneros políticos que padecen en inmundas celdas.
Otro punto importante en la agenda de esta presidenta chilena, es participar en la Feria del Libro a celebrarse, nada más y nada menos que, en La Cabaña, lugar donde fueron fusilados decenas de miles de cubanos, cuando ella aún recuerda a sus desaparecidos en Chile, pisará el suelo del lugar donde más sangre joven se derramó en Cuba.
La vergüenza que puede sentir o no la presidenta Michelle Bachelet es cuestionable. Lo que no se podrá cuestionar jamás es su deshonestidad como defensora de los derechos humanos, su contubernio con la dictadura y su incapacidad de comprender a los que aún padecen una dictadura comunista.
Quizás no lo entienda porque la suya no era, ni remotamente parecida. Pero la única diferencia que hay entre el fascismo y el comunismo es: ninguna.
Espero que algún día lo entienda.
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