Mientras la crisis financiera internacional sigue vigorosa y saludable, y comienza a infectar las economías de todos los países del mundo, los gobernantes y políticos no logran encontrar el antídoto para hacerle frente.
El providencial Barack Obama debió penar para convencer a su Congreso de que le vote su paquete multimillonario de inversión pública, los países europeos no consiguen ponerse de acuerdo en las medidas a tomar, y desde América Latina se observa el panorama con tanta inquietud como impotencia.
Días atrás se llevó a cabo en la ciudad española de Santiago de Compostela un encuentro de periodistas y políticos de Europa y América Latina, donde el tema a analizar eran las relaciones entre ambos bloques. Pero, como era de esperar, la situación económica global se robó el protagonismo. Entre la diversidad de puntos de vista que exhibieron los panelistas, representantes de las más diversas corrientes ideológicas, hubo un tema en el que todos parecieron estar de acuerdo. La necesidad imperiosa de que esta crisis no represente un renacimiento de las teorías proteccionistas que tanto daño han hecho en la historia.
Nadie puso las cosas más claras que Juan Arturo Salazar, embajador de Chile ante la UE, quién mientras muchos políticos europeos gastaban tiempo y saliva ensalzando la "cooperación" como forma de reducir las desigualdades sociales, fue categórico al sostener que el impulso del comercio ha sido la clave para que el mundo haya vivido la etapa de mayor prosperidad y disminución de la pobreza de su historia. A la vez que invocaba el "trade not aid" (comercio, no asistencia), el diplomático chileno alertaba sobre el peligro de las soluciones simplistas que buscan aprovechar estos momentos de incertidumbre para imponer en la agenda global un regreso al más rancio proteccionismo. La realidad le está dando la razón.
En nuestra región hemos tenido ejemplos como para inquietarse, empezando por el gobierno argentino, que desde antes de la crisis viene buscando cualquier excusa para cerrar el Mercosur a las exportaciones extra bloque, y dentro del mismo asfixiar la llegada de mercaderías y servicios de los demás socios a su propio país (cosa de la que saben mucho los exportadores uruguayos). Y hasta el propio Lula, que con su plan para exigir licencias a las importaciones iba por el mismo camino, hasta que recapacitó.
En Europa las cosas no marchan mucho mejor. Dejando claro hasta qué punto las divisiones entre izquierda y derecha han quedado desfasadas, el "conservador" mandatario francés Nicolas Sarkozy, ha impulsado medidas muy similares a la de sus pares "progresistas" del Sur. Por un lado exigiendo a las empresas automotoras francesas que pongan fin a su plan de relocalización en otros países si quieren beneficiarse de ayudas oficiales, y criticando a colegas como Gordon Brown, por su tibieza a la hora de tomar medidas en este sentido (llegó a ironizar que hace eso porque Gran Bretaña ya no tiene industria).
El propio Obama en su plan de impulso económico se las vio difíciles para lograr que el Congreso suavizara una disposición que obligaba a las empresas de su país a utilizar acero estadounidense, y que había generado gran molestia en la UE y en Brasil.
Lo que esto en general está revelando, es una dramática falencia de estos dirigentes en materia histórica. Que deberían saber mejor que nadie, que cuando en situaciones anteriores se tomaron medidas de esta naturaleza, sólo llevaron a que las crisis se convirtieran en depresión, y a que la recuperación de los países se prolongara mucho más de lo debido. Cuando se ve a algunos mandatarios decir alegremente que esta crisis es el fin de un modelo que viene de las épocas de Reagan y Thatcher, alguien debería recordarles que ese modelo no se impuso durante 25 años en el mundo por la simpatía contagiosa de la "Dama de hierro". Llegó porque fue la respuesta a una situación preexistente de estancamiento económico y conflictividad social que habían generado décadas de aplicación de muchas de las medidas que ahora algunos proponen como panacea.
Las sociedades pueden darse el lujo de tener poca memoria. Pero sus dirigentes tienen la obligación de recordarles que un mundo con países encerrados en si mismos, y pendientes de sus propios intereses inmediatos, es una película que ya se vio, y que su final nunca fue feliz.
El País Digital
Contáctenos politicaydesarrollo@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario