jueves, 12 de febrero de 2009

Sobre la muerte digna

No es ético privar del mínimo sustento a un ser humano. Asimismo, no podría justificarse a los familiares, aunque lo pidieran por compasión. Y si todavía no hay respuestas a este enigma que la ciencia no puede resolver, pues este enigma persistirá aun con la muerte de Eluana.

Por Rolando B. Montenegro (*)

Hay algo fuera de toda discusión: Eluana Englaro era un ser vivo que supo adaptarse a una acotada vida de relación después del accidente que la postró a los 21 años. Seguramente, su dependencia a los cuidados en salud fue intensa y extraordinaria en los primeros días de su enfermedad, pero después de 17 años de supervivencia apoyada por una simple y barata alimentación seguía dispuesta a los afectos de quienes querían prodigárselos. Por lo tanto, el denominado encarnizamiento terapéutico no puede ser esgrimido aquí, y si tuvo lugar alguna vez en su evolución, tal vez podría deducirse de un análisis exhaustivo de su historia clínica.

En un mundo predominantemente virtual, se ha instalado, una vez más, el debate sobre la eutanasia. Lo que vino a continuación del resonante caso de la norteamericana Terry Schiavo (murió en 2005, a los 15 días de la supresión nutricional) ha sido una sucesión de pedidos judiciales que no ha terminado y que lleva camino de no terminar jamás. Entre marchas y contramarchas, la parsimonia legislativa ha sido el rasgo distintivo. También la improvisación judicial y política. Hubo tanto de todas esas cosas que se ha llegado con Eluana a una de esas llamativas contradicciones ideológicas de posiciones, si se quiere, antagónicas. El ejecutivo Berlusconi, hasta ahora caracterizado por una política de xenofobia y de racismo, pide por una vida. En tanto que la oposición de centro izquierda, tradicional reclamadora de lo mínimo y elemental que carecen millones de personas en el mundo, divagó en interrumpir la desconexión de la alimentación.

Acaso lo que se pretende lograr con estas decisiones tomadas en situación de desventaja para el enfermo (el paciente no puede asentirla y nadie puede estar en su lugar para decirlo) es una paz que parece un fin en sí misma, pero que concluye a menudo en una lucha en los estrados de la Justicia y, dentro del sistema sanitario, en un campo propicio para el negocio y la proliferación de verdugos asépticos.

Regresión

No es un exceso de pesimismo sino un simple ejercicio de proyectar hacia el futuro pautas de una sociedad en la que parecen haberse aposentado las expresiones más inconcebibles de la regresión humana: despachar de este mundo a un número considerable y arbitrario de estados vegetativos persistentes. Amén de vulnerarse principios básicos para la vida en comunidad, estaremos dejando para siempre esa respetuosa admiración por el que sufre cualquiera sea su condición más o menos saludable.

Necesitamos naciones intelectualmente maduras en estos temas. El derecho a vivir o morir no es una oposición entre laicos y católicos; tampoco es despreciable la actitud de quienes están a favor de desconectar ni caridad la de quienes quieren mantener la vida por medios nada extraordinarios. Sí, que éste es un caso particular que se abrió paso en la sociedad, pero son miles también los pacientes que en el mundo se externan de los hospitales en tales condiciones. Y, a nadie es ajeno de que existe un vacío en el Estado en cuanto a la asistencia y prolongación de los cuidados de estos enfermos con secuelas neurológicas, venido siempre a llenar por la misericordia de equipos de salud dedicados, familiares y amigos.

No es ético privar del mínimo sustento a un ser humano. Asimismo, no podría justificarse a los familiares, aunque lo pidieran por compasión. Y si todavía no hay respuestas a este enigma que la ciencia no puede resolver, pues este enigma persistirá aun con la muerte de Eluana.

(*) Jefe del Departamento de Cirugía.
Hospital Municipal de Urgencias de Córdoba

La Voz del Interior

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