domingo, 2 de agosto de 2009

Reaccionar contra el robo

Lo que hace abominable la fortuna de estos personajes no es la riqueza en sí misma, que podrían tener legítimamente y disponer con generosidad encomiable, sino la sumatoria de al menos tres factores, a cual más ignominioso.

Por Antonio Caponnetto

Después de la pateadura electoral recibida el 28 de junio que —como en los peores circos— padeció el payaso en ambas nalgas hasta caer desdorosamente de bruces; después incluso de la frustra cuanto burlesca incursión punitiva de Cristina contra los golpistas hondureños, sólo comparable en ridiculez al presunto rescate de Betancourt entre la selva colombiana, protagonizado por Néstor; después de tanta porcina a que no puede bastar cuenta cierta —como dirían las coplas de Manrique— el oprobio mayor de la dupla kirchnerista fue la noticia del escandaloso incremento de sus riquezas, calculado en cifras siderales precisamente durante estos últimos años de manejo incondicional del poder.

Centremos el hecho en sus justas medidas. Lo que hace abominable la fortuna de estos personajes no es la riqueza en sí misma, que podrían tener legítimamente y disponer con generosidad encomiable, sino la sumatoria de al menos tres factores, a cual más ignominioso.

El primero es la certeza de que en el origen y en la acumulación de tanto capital se dan cita la rapiña, la usura, la codicia descontrolada y los negocios turbios, exitosamente consumados por el uso privado de los controles públicos.

El segundo es el cinismo cruel, propio de las tiranías, de declamar una política inclusiva, en pro de los necesitados o menesterosos y contraria a todo atropello imperialista, mientras la vida que llevan los tales declamadores ya no es la propia de prósperos burgueses sino la de impunes y reincidentes ladrones.

El tercer factor sublevante, al fin, es que esta pavorosa oligarquía exhiba con desparpajo los frutos abundantes de su “balanza dolosa”, como la llama la Escritura (Proverbios, 20, 23), mientras en el pueblo común, al que dicen representar, crezca la estrechez de recursos, amén de la triste marginalidad de los ejércitos errantes de cartoneros y mendigos.

Cuando la fortuna privada de los gobernantes era pequeña, dice Horacio en su Oda XV, y la de todos grande, Roma conoció la grandeza de sus políticos austeros. El despotismo, contrariamente, reserva la opulencia para la clase gobernante y relega a la sociedad a condiciones lastimosas. Inicua paradoja de estas izquierdas progresistas, seducidas por el oro y los intereses de la plutocracia.

Si un resto de justicia quedara en la deshecha patria, va de suyo que los Kirchner deberían ser encarcelados con prontitud, y juzgados duramente por las innúmeras vilezas cometidas. En la perspectiva jurídica castrista o chavista que tanto admiran, hechos de esta índole, incluso, podrían superar el castigo de las rejas por el irrevocable de una pena sin retorno. Aquí, por cierto, nada de esto ocurrirá, y quienes le sucedan a los esposos rapaces serán de la misma naturaleza que ellos, pelajes más, cirujías menos. No resoplará su inexorable sentencia ninguna voz catoniana. Como mucho se escucharán los versos de Cadícamo: “El ladrón es hoy decente, y a la fuerza se ha hecho gente, ya no encuentra a quién robar”.

Algo podemos y debemos hacer nosotros. Existir, diríamos escuetamente, si se nos permite explicar el giro verbal. El que ama le dice al amado: es bueno que existas, porque toma partido por la existencia del amado, según añeja enseñanza de Santo Tomás (“Suma Teológica”, II, II, 25, 7). Otrosí pasa con el que odia: tiene por malo la sola existencia del odiado.

Pues bien, los enemigos de Dios y de la Patria sufren con nuestra sola presencia, convertida en dedo acusador de sus malandanzas. Basta enterarse de las cosas que escriben sobre nosotros, y de las amenazas con que creen amedrentarnos. Entonces, existir, resulta hoy, frente al mundo, un verdadero desafío. Pero para eso, hemos de tener en claro qué significa existir. Algo nos dijo al respecto José Vasconcelos: “Nacer no es sólo venir al mundo, en que juntas persisten y se suceden la vida y la muerte; nacer es proclamarse; nacer es arrancarse de la masa sombría de la especie, quererse ir, levantarse”. Si existimos de este modo, ya nuestra sola existencia es signo de contradicción y piedra de escándalo. Si existimos de este modo militante, ellos y nosotros nos sabemos de sobra que apenas somos vencidos provisionales, como gustaba repetir León Degrelle.

Mucho ha de regirnos en la hora lo que nos enseñó el Señor: “Cuando estas cosas comenzaren a suceder, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas” (San Lucas, 21, 28). Es casi una orden castrense para adoptar una posición militar y combativa. ¡Cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas! Te lo juramos, Señor.

Cabildo

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