domingo, 2 de enero de 2011

Al borde del abismo

Contemplada la situación actual en que se encuentra la Argentina desde la lejana atalaya de Europa y por alguien que la admira sinceramente, por considerarla como un miembro privilegiado de la gran comunidad de pueblos hispanoamericanos, no puede menos de exhalar con dolor un ¡qué pena!

Por José Leopoldo Decamilli

Sí, qué pena que un país de tan brillante trayectoria, una auténtica perla labrada con el sacrificio de tantas generaciones, haya podido caer tan abruptamente en tan breve tiempo. La Argentina atraviesa un período de profundas convulsiones que afecta todos los ámbitos de su vida.

La responsabilidad corresponde en primer término a la clase política dirigente, pero no solamente a la actual porque el mal tiene viejas raíces y se desató ya con mucha virulencia a partir de los años 60. El espectáculo que ofrece el gobierno es sencillamente bochornoso. Es el de una gavilla envilecida y corrupta que oculta su podredumbre detrás de una fachada de cínicas mentiras, y mucho pan y circo.

El gobierno se vanagloria de defender y profundizar un “modelo” de organización social cuando todo el país se estremece bajo las sacudidas del caos y la anarquía. Los miembros del gobierno y sus cómplices –ministros, empresarios privilegiados de la minería y de la energía o de las finanzas, dirigentes sindicales- manejan fabulosas fortunas en tanto que el grueso de la población se hunde en la pobreza y las villas miserias se multiplican. La extrema precariedad de la situación social conduce a un crecimiento de la criminalidad, al vandalismo callejero, al saqueo de los comercios, a la ocupación de terrenos públicos y privados, a los cortes de rutas y de las vías de los trenes.

La respuesta del gobierno a estos desafueros es prácticamente nula. Las autoridades nacionales se cruzan de brazos con el absurdo argumento de que todo recurso a la violencia –aún de aquélla que se emplea para imponer el respeto a las leyes del Estado de Derecho- tiene carácter represivo. En realidad, llevados de la mano por los antiguos terroristas que hoy ocupan cargos públicos de máxima responsabilidad, el gobierno no solamente tolera, sino que fomenta la violencia social e incluso la formación de grupos armados en distintos lugares del país. Vuelve así a aparecer el fantasma del ataque armado a las instituciones republicanas de los años sesenta y setenta del siglo pasado. El peligro es ahora sin embargo mucho mayor, porque la Argentina carece hoy de un ejército y de una policía que merezcan ese nombre.

Agrava el mal el hecho de que no se vislumbra ninguna organización política opositora que constituya una real alternativa. Los jerarcas de los partidos de la oposición agotan su actividad política en vanas pujas de predominio personal y de ambiciones egocéntricas. El parlamento argentino se ha convertido en un mercado público en el que el voto de cada diputado o senador se vende al mejor postor. La justicia está sembrada con jueces prevaricadores…

Si se quiere evitar que la Argentina se abisme en la carroña generalizada, es urgente que los argentinos mismos, la sociedad en general, tomen conciencia del desolado estado en se halla el país y que se cultive de nuevo una conciencia alimentada con los valores religiosos, morales y políticos que otrora forjaron la singular nobleza de su vida.

José Leopoldo Decamilli, Berlín

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