domingo, 2 de enero de 2011
Un aquelarre abundante en psicópatas y profesionales del llanto
Aproximación psicológica a la compleja personalidad del político argentino promedio.
Por Matías E. Ruiz
Evaporado Néstor Carlos Kirchner, el tejido societario de la Argentina -sostenido desde 2003 a base de parches y un franco "atado con alambre"- comienza a hacer eclosión. Y lo hace de la peor manera imaginable. Con el crimen organizado y la delincuencia común apropiándose del espacio público y privado, tras percibir que la autoridad ha bajado definitivamente la guardia. Con la sinceridad contundente de las firmas distribuidoras de combustible -incluso la YPF del oficialista Enrique Eskenazi-, que no ven otra vía que reconocer que nunca hubo lo suficiente como para cubrir la demanda. Pero ocurre que tampoco Amado Boudou -en su rol de inepto ministro de Finanzas- supo prever lo que era tan elemental, a saber, que los billetes de cien pesos estaban lejos de cubrir las necesidades de la plaza. Torpeza que pudo haberse amortiguado, de haber procedido el gobierno a imprimir los tan temidos billetes de doscientos o quinientos pesos argentinos. Porque, antes que verse en la necesidad de sufrir el actual desmadre, para Balcarce 50 hubiera significado un dolor de cabeza bastante menos agudo el que los ciudadanos de a pie tuvieren que correr ellos mismos con la tarea hogareña de hacerse de cambio chico. Tarde es, entonces, para lágrimas.
La Presidente Cristina Elisabet Fernández Wilhelm lloriquea y hace "pucheros" en todo espacio físico posible. En su momento, también el Gobernador Daniel Scioli hizo lo propio a partir de su propia inacción frente a la violencia que azotaba -y continúa azotando- a su provincia. En el pináculo de lo intolerable, Oyarbide se suma a esa infinita hilera de pobrecillos, víctimas de circunstancias intratables. Deja fluir sus lágrimas el magistrado, muy preocupado por confeccionar un montaje victimizante. Y lo hace en virtud de que se siente "presionado" por el volumen y la magnitud de las causas que van a parar al juzgado federal que regentea.
El trasfondo argumental que persiste detrás de esta suerte de profesionales del llanto se exige, inevitablemente, crudo. Porque de lo que se trata no es solo de la insoportable levedad de la dirigencia política y los servidores públicos: esta tragedia griega involucra también al ciudadano de a pie quien -bien argentino- acostumbra a responsabilizar a terceros por todo momento difícil que le toca vivir. Del desinterés por la política y del abandono de las responsabilidades del ciudadano nacen la totalidad de los males de una sociedad. El pensador germano Bertolt Brecht no erraba cuando intentaba explicar el origen de la prostitución, el político corrupto y la pobreza, entre otras oscuras realidades.
Desde luego que al funcionario público -desde la Presidente de la Nación hasta al empleado más inútil de la caja del Banco Hipotecario de su barrio- le caben los estándares más elevados y exigentes a la hora del reclamo. Porque ellos han sido puestos allí para resolver cuestiones que hacen al estado de bienestar de cuarenta millones de personas, al menos en nuestro caso.
Usted -que lee estas líneas-, quien las escribe, el barrendero del barrio, el cartonero, e incluso "Goyo" Pérez Companc tenemos algo en común: a todos nos asiste el derecho de reclamar a nuestros representantes que nos brinden todas y cada una de las explicaciones necesarias en lo que a su accionar respecta. Ellos están forzados a contestar cuando se les pregunta acerca de qué hacen efectivamente para encarar las soluciones para los grandes temas del país. También nos compete exigirles con firmeza toda aquella información disponible en relación a sus declaraciones juradas de bienes. Un buen comienzo para retomar el control de nuestros derechos sería reprender con contundencia a aquellos que, en representación del Pueblo -tal como lo reza la Constitución Nacional-, lejos de obrar conforme a lo que deben, optan por lagrimear efusivamente frente a las cámaras e implorar la clemencia ciudadana porque se encuentran atosigados o sobrepasados en su responsabilidad.
Si un juez federal del calibre de Norberto Oyarbide debe recurrir al llanto porque no da abasto con el volumen de trabajo que reposa en su escritorio, o porque simplemente se encuentra abrumado por sus obligaciones, lo que se espera de él es que inicie los trámites para el pronto retiro (sorpresa: Oyarbide ya lo ha hecho). Un país no puede esperar demasiado de un administrador de justicia que se rinde fácilmente. Desde luego que este tipo de posturas no conducen a mayor objetividad ni rectitud; por el contrario, un juez sin compromiso solo brinda espacio y lugar para más sospecha. Y -vale aclarar- un magistrado verdaderamente objetivo jamás falla salomónicamente para quedar bien con todo mundo, ni mucho menos "hace la plancha" hasta que llega la hora de marchar para su casa.
Si la Señora Presidente de la Nación se entristece o deprime ante encuestas y estudios de opinión que reflejan que la ciudadanía la percibe mayoritariamente como inoperante, incapaz y/o autoritaria, lo lógico es que dé un paso al costado. Pero no debe tomar esta decisión de carácter prematuro en función a aquello que la gente en la calle piense o perciba de ella, ni tampoco por ser efectiva y abiertamente inoperante. Porque, para ambos escenarios, un buen equipo de colaboradores siempre puede contribuir a sortear los más empinados obstáculos. El motivo más contundente para propiciar un alejamiento debería ser -como es el caso de Cristina- su muy endeble psiquis, en donde mucho aportan al desorden una tendencia a la autocompasión, la depresión y el autoabandono. Porque, precisamente, aquello que se espera de un líder es solidez psíquica y emocional. No en vano, en los Estados Unidos de América, los candidatos presidenciales emanados de las primarias partidarias son sometidos a los exámenes físicos y psíquicos más completos que se conocen. Es comprensible que alguien señale las diferencias del caso argentino con el norteamericano, en función del poderío y la enorme responsabilidad que le cabe a un mandatario de aquella nación (que podría, en segundos, determinar el inicio de un ataque masivo con armas nucleares simplemente con ingresar los códigos en la célebre pelota de fútbol). No obstante, de lo que se trata es de juzgar adecuadamente las capacidades de aquel que conducirá los destinos de un país entero: debe ser una persona apta, desde todo punto de vista.
Muchos de nuestros lectores coinciden a la hora de radiografiar la personalidad del político promedio de la República Argentina, por cuanto se lo tilda generalmente de psicópata. La comparación es válida y se justifica holgadamente en la mayoría de los casos: el individuo que acusa rasgos psicopáticos es manipulador y arrogante. Suele ser hiriente en sus comentarios, de tal suerte que no necesita recurrir a la violencia para desactivar una situación desventajosa. El psicópata es una persona de aguda inteligencia y se preocupa por informarse bien sobre las características de su interlocutor, particularmente en el terreno de puntos débiles que puedan ser material potencialmente explotable. Es ducho en el arte de la administración de recursos materiales y humanos, configurándolos en una estructura funcional a su propio provecho. De ahí que sea especialmente insensible y que no opere en base a sentimientos (aunque es capaz de montar una estudiada victimización en donde se promocione como emocionalmente afectado). Para él, el fin siempre justifica los medios; no existen excepciones para esta regla.
La estratagema de la manipulación es la que sobresale en la persona afectada por esta patología. Sin embargo, para que el manipulador pueda proceder, necesita de la materia prima, esto es, aquel o aquellos que se dejen manipular. Es la consciencia de la masa el terreno en donde el psicópata hace su agosto.
El escenario político argentino es complejo, violento y estresante en virtud de que se asemeja demasiado a una verdadera guerra entre psicópatas que solo pueden diferenciarse a partir del grado de inteligencia que caracteriza a cada uno. El observador superfluo, en contrario, echa mano de la herramienta del partido político o la ideología, a los efectos de calificar o etiquetar a los integrantes de los bandos en pugna. Se vuelve anacrónico y hasta light, por ejemplo, el análisis de la historia a partir de lo ideológico o -como es tan común en los historiadores de naciones subdesarrolladas como la nuestra- desde la lucha de clases. Salvo, claro está, que el comunicador se monte en esa racionalización porque resulta funcional a un sector en particular. Detrás de todo, lo que subyace es la pelea es por el corazón y el alma de la materia prima, es decir, de las masas.
La psicopatía de la dirigencia política en la Argentina se ha preocupado mucho por revelar algo de su esencia, especialmente durante estos últimos años. Así, hemos visto como un ministro de Economía -Amado Boudou, cuyos antecedentes son bien conocidos- se preocupa por negar sistemáticamente la existencia de un incremento de precios superior a los cuarenta puntos anuales y a la nueva pobreza generada por esa inflación. En la que fuera tal vez la peor de sus expresiones públicas, reflejó que los precios elevados solo afectan a cierta ínfima porción de las clases altas. Ahora, en plena escasez de efectivo, Boudou pretende que su responsabilidad por el caso pase desapercibida. El proceso, ha obviado que -como consecuencia del error garrafal de no anticipar la demanda de dinero- multitudes de ancianos han debido pasar horas esperando bajo el ardiente sol, para luego oír que la disponibilidad había llegado a su fin y que debían regresar otro día. Esa es la moneda con que la función pública le paga a la clase pasiva del país. Se trata -ni más ni menos- de las personas que han aportado por décadas al sistema y que luego han permanecido como mudos testigos mientras la política se nutría de esos aportes para subvencionar su propio estilo de vida.
Hablamos de la política que sonríe y mira hacia otro lado cuando los ciudadanos de a pie se trenzan en verdaderas batallas campales ante un corte de calle, ruta o autopista; allí participan aquellos que propician la interrupción del tránsito y aquellos que pretenden superarla por la fuerza. Los funcionarios públicos también se muestran desinteresados cuando automovilistas se trenzan a golpes de puño por un espacio en la fila para cargar el combustible que escasea. Hay sonrisas en la Casa de Gobierno cuando se producen reyertas entre aquellos que aguardan su lugar afuera del cajero automático, para hacerse de los pocos billetes que quedan. La solución del ministro De Vido para los cortes de energía ha sido siempre la de multar a las compañías y anunciar ese castigo con bombos y platillos. Lo que nadie informa es que ello no evitará que más gente quede atrapada en ascensores a oscuras o que personas mayores no tengan otro camino que permanecer encerradas en sus departamentos porque luego no podrían subir las escaleras.
Reaparece, de nuevo, el conocido pero a estas alturas herrumbrado vicio de desligar la propia responsabilidad. La Presidente Cristina Fernández y sus personeros se la retransmiten al Partido Obrero que usurpa terrenos, al eje duhaldista/macrista que fogonea la violencia, a las distribuidoras de combustible que no entregan el fluido, a los brasileños que demoraron el envío de los flamantes billetes, a las generadoras de energía eléctrica que no invirtieron lo suficiente...
Muerto el perro, se acabó la rabia, reza el dicho popular. Mas en esta hora turbulenta, con el psicópata primigenio ya desaparecido, se multiplican las hordas de pretendidos continuadores. Las recientes novedades políticas referirán que Alberto Fernández -ex Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner- se encuentra muy necesitado de iniciar un diálogo enriquecedor con Eduardo Duhalde, el precandidato opositor sindicado como autor de todos los males de la Argentina en las últimas semanas. ¿Qué hacer con Alberto Fernández? ¿Hay que premiarlo o, antes bien, recordarle su pasado en la quiebra de las compañías de seguros LUA y Omega? ¿Existe alguien que le refresque la memoria a partir de aquella célebre expresión (de la que Alberto es autor) que rezaba que "Hay algunos que se quejan de la inseguridad solamente cuando ésta golpea su puerta"? Incomprensiblemente, todavía se escuchan las voces de aquellos que refieren que "Duhalde viene por el bronce; no por la plata". Omiten pequeños detalles, a saber, que el de Lomas de Zamora arriba de la mano de algunos siniestros personajes del gremialismo, ex diputados procesados por estafas millonarias (y que ahora pretenden imponer a sus hijos), y en compañía del peor elemento humano surgido de las filas del Movimiento Productivo Argentino. A la postre, lo que más llama la atención es el sugestivo silencio de Hilda González. La Senadora es quien, para muchos, supo "cortar el bacalao, y cortarlo bien". Hoy brilla por su ausencia.
Por su parte, Elisa Carrió se presenta como el hada madrina de todo lo que es "ético y moral", pero no hace comentarios cuando se le recuerda que oportunamente se desempeñó como fiscal de la intervención militar en su provincia natal de Chaco. Mucho menos le interesa comentar que acostumbra echar a puntapiés a los vecinos de su departamento en Avenida Santa Fe cuando le golpean la puerta para quejarse por lo ruidoso de sus tertulias. Tampoco Eugenio Zaffaroni se esfuerza por hacer memoria para recordar su paso por el Proceso en los años setenta. Ricardo Alfonsín no deja de practicar frente al espejo para tratar de hablar cada día más parecido a su difunto padre, mientras paladea la imagen de la multitud que siguió sus exequias en las calles de Buenos Aires. El empresario Francisco De Narváez -víctima de la desinformación, la mala fe y una importante cuota de ingenuidad- considera seriamente asociarse en lo político a Cristina Fernández, a pesar de que en las legislativas de 2009 el ex dueño de Casa Tía triunfó gracias a movilizar a sus votantes contra el kirchnerismo. Similar camino se encuentra desandando el ex piloto de F1 Carlos Reutemann, quien no gusta de criticar al Gobierno Nacional y -como prueba de una complicidad poco sutil-, hace lo imposible con tal de que la interna del peronismo disidente no se resuelva. El café para rematar este desagradable menú lo aporta, como es lógico, la propia Cristina Kirchner. Ella ha dado inicio a una serie de loas sobre la juventud oficialista porque es su manera de blanquear que no tiene más recurso humano para reemplazar a los otrora "confiables" veteranos; recurre entonces al mal elemento que pueden aportarle su hijo Máximo y La Cámpora. En poco tiempo, revelarán el equipo de trabajo del joven Juan Manuel Abal Medina, con vistas a alguna candidatura. La situación ya era decadente con el protagonismo de la prole de la vieja política. Es claro que las cosas no tenderán a mejorar a partir de aquí, si acaso comienzan a aterrizar los hijos de la guerrilla setentista.
He aquí, pues, la verdadera esencia de nuestros "candidatos" y dirigentes/funcionarios. De esto se trata, en definitiva, la política: de un aquelarre abundante en psicópatas y profesionales del llanto. Sobrará material para abultar los banquillos en un futuro Nüremberg argentino.
El Ojo Digital
Más información http://www.politicaydesarrollo.com.ar/
Contacto: politicaydesarrollo@gmail.com
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