¿Qué podría decirnos Sarmiento en estos días, cuando próximamente habrán de cumplirse 200 años desde que nació en San Juan, el 15 de febrero de 1811?
Por Natalio Botana
Al historiador le cuesta proyectar hacia el presente los rasgos de una trayectoria inscripta en el pasado. No es tarea propia de un oficio que mira con sospecha la intención de manipular esos hallazgos con el objeto de intervenir en los combates políticos del presente.
Sin embargo, hay personajes que, en medio de las pasiones de sus circunstancias (las propias, terribles, y las ajenas, no menos cruentas), entrevieron algunos rasgos de la buena sociedad, dignos de trascender más allá de aquellas vicisitudes. Apetito de futuro, se dirá tal vez con nostalgia.
En todo caso, es posible que la silueta de Sarmiento se ponga nuevamente de pie como un signo de las contradicciones argentinas, de sus conflictos y armonías, como él gustaba llamarlas, y del significado que en Iberoamérica adquiere nuestra larga y tantas veces penosa aventura republicana.
Sarmiento quería a la república como un objeto capaz de ser poseído. Más que una forma de gobierno y un orden estatal (monopolio de la violencia que, cuando le tocó en suerte, impuso contra viento y marea), la república era para ese "ser enorme de asociación y sentimientos comunes, ensanchó el perímetro de las ciudades. La población, al cabo, se concentró.
Antaño, la miseria espiritual y material -tal el significado último del polémico concepto de barbarie- se prodigaba fuera de las ciudades. Ahora, en cambio, esa matriz de la exclusión coexiste en un mismo recinto urbano con quienes adquieren propiedad, ascienden en la escala social y conservan esos derechos adquiridos. Un cuadro que suma resentimientos y ánimo belicoso.
En este sentido, Sarmiento tuvo el golpe de genio de entender la historia como una disciplina devota del análisis de los cortes verticales que van escindiendo las sociedades. José Luis Romero llamó a esta operación apta para revelar estratos sociales que no se quieren ver, "historia en profundidad", vale decir: el arte de auscultar lo que está en ebullición y sube hacia la superficie en la forma de estallidos sociales y demandas, por ejemplo, de tierra y propiedad.
Sarmiento no soportaba los latifundios improductivos y la mala distribución de la tierra en anchas zonas del país: ¿qué diría ahora ante esta nueva configuración del conflicto social que pone sobre la mesa de la agenda pública la cuestión de cómo favorecer el acceso a la propiedad de la tierra urbana? Asunto mayúsculo, sin duda, en torno al cual las demoras son tan lacerantes como aquellas que atañen a la educación, a los cuellos de botella en la infraestructura y a la inversión destinada a proveer empleo.
A estas repuestas nos convoca Sarmiento en un año en el que las tensiones electorales no deberían hacer caso omiso a ese acuciante repertorio de problemas de Estado, común por lo demás a toda la ciudadanía. Sus interrogantes siguen pues abiertos.
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