La responsabilidad política del pueblo argentino ya no puede ser ignorada como tampoco la de sus gobernantes que son sus mandatarios. Es decisión del pueblo de la Nación argentina asumir su deber, o languidecer y agonizar en su lecho de apatía y desinterés.
Por Luis Francisco Asis Damasco
En la revista “Carta Política” (Año I – N°6) de invierno de 1974, encontramos en las páginas 16 y 17 un artículo de Félix Luna titulado “Los idus de septiembre”, en el cual el célebre historiador hace una reseña de numerosos acontecimientos históricos que, casualidad o causalidad, han coincidido en el mes de septiembre. Explicando este fenómeno expresa “…En la lamentable profusa cronología de los movimientos armados de nuestro país, el mes de septiembre ofrece una inquietante mayoría de fechas. Por alguna misteriosa razón, los idus de septiembre se muestran más proclives que otros al enfrentamiento y el estallido. Pensándolo bien, septiembre es algo así como el puente de los suspiros de todo régimen en apuros: pasando ese mes, hay perspectivas de que las cosas se remansen en las ya próximas vísperas del verano, que la resolución de los problemas se vayan postergando y que el clímax de los entreveros se serene en el marco de la primavera. Pasar septiembre es sobrevivir. No hay en la Argentina ejemplos de revoluciones en octubre y noviembre, salvo el muy remoto de 1812; y en diciembre, solo los radicales tomaron la costumbre de mimetizar sus patriadas contra el justismo bajo el fiestero signo de Acuario: la heroica y fracasada saga de los Pomar, los Kennedy, los Bosch, los Cattáneo, da cuenta que diciembre es mal mes para las revoluciones…”.
Acertado es el análisis que realiza el historiador, pues gran parte de los hechos que marcaron a fuego la historia argentina han acontecido en el noveno mes. Pero diciembre, sobre todo a finales del siglo XX y en la primera década del siglo XXI, contiene sucesos que son más que interesantes y acusan su correspondiente influencia en la historia. Si bien estos acontecimientos son diferentes, tanto por sus épocas, protagonistas, origen y motivación, hay también un trasfondo social y político, que es más fuerte y sólido que una mera semejanza, que nos muestra el estado en que se encuentra la República Argentina.
El 3 de diciembre de 1990, el coronel Mohamed Alí Seineldín encabeza el Pronunciamiento Militar denominado “carapintada” en contra del desmantelamiento de las Fuerzas Armadas de la Nación, única “política de Estado” instrumentada desde 1983. Directiva emanada del Poder Mundial, fielmente ejecutada por “radicales”, “peronistas” y sus nauseabundas mezclas y matices, y presentada a la “gilada” o a la “masa” como política de D.D.H.H., cuando siguen muriendo niños de desnutrición o mientras el narcotráfico emprende un verdadero genocidio contra el pueblo de la Nación argentina, sin que eso les importe o movilice a, por lo menos, más de la mitad de los dirigentes políticos y gobernantes democráticos. En su alegato ante los jueces de la Cámara Federal, describió la dramática y grave situación del País en estos términos: “No estamos en condiciones de proteger los valores culturales y espirituales de la Patria; no estamos en condiciones de proteger el territorio; no estamos en condiciones de proteger las riquezas alimenticias, energéticas y de interés geopolítico. Y tampoco estamos en condiciones de defender a los habitantes; que ya comienzan a sentirse desprotegidos”...
Continúa diciendo el valiente Coronel: “¿Cuál es el primer objetivo?... Cambiar los valores culturales y espirituales...” El segundo, cercenarnos y fragmentar nuestro territorio. Esto es viejo; el General San Martín, cuando viniera a estas tierras, trató de impedir el proyecto inglés de fragmentar los virreinatos españoles, aspecto que no pudo concretar. Luego el Brigadier General Juan Manuel de Rosas luchó para evitar el desmembramiento de la Confederación Argentina; no lo pudo hacer y se fue fragmentando y perdiendo provincias argentinas”… Hoy, por otros medios, ese proyecto de fragmentación continúa…”.
Con el tiempo, podemos comprobar que este soldado patriota del Glorioso Ejército Argentino, tenía razón, ya que entre otras cosas, es de público conocimiento que por monedas extranjeros pueden comprarse hasta lagos enteros de NUESTRA Patagonia, mientras que a los ciudadanos argentinos nos embargan la vida por un crédito hipotecario para vivienda. Esta “política de Estado” de desmantelamiento de las Fuerzas Armadas deja desnudo su verdadero objetivo, si se aprecia la concepción que tienen otros países y/o publicistas y/o analistas políticos sobre el mismo tema. En la revista “Política Exterior”, Volumen XXI – N° 118 de julio-agosto de 2007, editada en España, Jesús Núñez (Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria), destaca que oficialmente España “no percibe ninguna amenaza contra sus nacionales o contra su territorio”….pero… “eso no quiere decir que mañana no pueda darse tal circunstancia, y por tanto habrá que estar preparados para ello desde ahora. En ese sentido, es preciso disponer, como último recurso, de unas fuerzas armadas capaces de disuadir o vencer a potenciales adversarios, contando con los medios de fuerza suficientes para ello (ésa es, entre otras, una condición necesaria para dar sentido precisamente a la ausencia de amenazas)” , ergo, el desarme alienta la agresión. No es militarismo ni belicismo ni ideología, es sentido común. Es paradójico, que un sistema político cuyos pilares doctrinarios son el racionalismo (y consecuentemente, sus gobernantes son sus más conspicuos representantes), actúen con una irracionalidad rayana en la idiocia.
Otro acontecimiento digno de destacar del mes de diciembre, fueron los hechos de los días 19 y 20 del año 2001, que provocaron la huída—renuncia del presidente Fernando De La Rúa, ante quien se desarrolló una historia muy similar por la que transcurrió su correligionario Raúl Alfonsín; si bien sabemos que la realidad argentina es bastante compleja, entre sus causas podemos enumerar el descalabro financiero, caos social y vacío político. Y llegamos hasta nuestros días, cuando el 13 de diciembre de 2010, se produce la toma del predio del club Albariños, ubicado en el barrio porteño de Villa Lugano; la misma fue la más conocida, pero hubo una escalada que desembocó en otros episodios similares, y que, lamentablemente, como los piquetes, las tomas y ocupaciones (usurpaciones) llegaron para quedarse. Es sabido que su motivación no es tan inocente como se la plantea, ya que hay sectores políticos que especularon y especulan con beneficiarse de acontecimientos semejantes, y que a su vez son éstos mediatizados por otros intereses siniestros que son los que cosechan sus frutos a expensas del pueblo argentino. Que esos personajes recuerden que “Roma no paga traidores”.
Los episodios de nuestra historia enumerados, no son causa, son efecto. Efecto de una partidocracia que no logra apuntar un éxito político que realmente beneficie al pueblo que dicen representar, todo lo contrario, se aprecia como con los años se maximizan problemas típicamente nimios para la Argentina ahora se imponen día a día; o las conquistas sociales, que también caracterizaron a la Argentina, se van diluyendo o bastardeando día a día. Es por ello que se alzan cada tanto voces de dignidad que tratan de poner fin al atropello y al despojo, quizás no de la manera deseada incluso por sus protagonistas, pero cuando los mas ínclitos valores del espíritu y conciencia humana son avasallados se actúa como se puede y no como se quiere. La responsabilidad política del pueblo argentino ya no puede ser ignorada como tampoco la de sus gobernantes que son sus mandatarios. Es decisión del pueblo de la Nación argentina asumir su deber, o languidecer y agonizar en su lecho de apatía y desinterés.
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