lunes, 9 de abril de 2018

SOBRE EL CAMBIO Y SU CRITICA

A veces, se critica a políticos porque cambian de partido o de referente político. Se dice que -en dicho supuesto- se traicionan los ideales. También sucede en otros órdenes de la vida además del político.

Por Gabriel Boragina

En la jerga corriente argentina, suelen denominárselos popularmente "panqueques" asimilando la manera particular en que se prepara este alimento, y por la forma rápida en que "se dan vuelta".

Sin embargo, a veces esta crítica es apresurada o, directamente, injusta. Porque todos podemos mudar nuestra manera de pensar, dado que no somos los dueños de la verdad, ni la tenemos revelada, ni gozamos de omnisciencia.

Por el contrario, es encomiable que reconozcamos nuestro error y nos adhiramos a una idea, empresa o cualquier otra opinión que ahora reconozcamos como la correcta.

Que un delincuente decida dejar la delincuencia y pasarse al bando de las personas honestas no puede ser objeto de censura, ni critica alguna, si la decisión es sincera y firme.

Claro que, cuándo el cambio es ostensiblemente contradictorio y moralmente grave ya no podría decirse lo mismo. En el ejemplo anterior, sería el de un honesto que decide pasarse a la delincuencia. O -en otro plano- si alguien que militaba en el "partido demócrata cristiano" de cualquier país, de repente se afilia al partido nazi o comunista, obviamente ahí si se justifica la sospecha, y aun la critica a esos cambios específicos.

O -en otro ejemplo hipotético- si alguien que ha militado entusiastamente contra el aborto, de repente se pone -con el mismo fervor- a favor de lo que ha combatido, pero en sentido contrario, también es digno de desconfianza y de recelo.

En temas menos serios, es decir, donde las diferentes posiciones sustentadas no sean tan tajantes, habrá que recurrir a otros parámetros para medir si el cambio es franco o no, con independencia que se comparta o no la mudanza de una forma de pensar hacia otra.

En esta línea, es fundamental que el decir sea acompañado con el hacer. Y no que se quede en el mero decir. Siguiendo con los ejemplos anteriores, si el delincuente "dice" querer pasar, o que ha pasado, a las filas de los honestos, debe demostrarlo coherentemente con comportamientos -de allí en más- decentes. Los hechos hablan en voz más fuerte que las palabras.

La persona que cambia de ideas debe ser coherente y consecuente con las nuevas doctrinas que abraza. De hecho y de palabra. Si esto no es así, aquí sí que cabe la censura a un "cambio" que no ha sido veraz, sino fingido. Un violador serial que predique la continencia sexual no es creíble.

Cuando las mutaciones tienen una rotación muy alta, como la que se verifica en aquellas personas que cambian continuamente de trabajo, de estudios, residencia, gustos, de pareja, etc. estamos frente a otro problema, que recibe distintos nombres según el campo donde se observa. Así, habrá que hablar de inestabilidad laboral, vocacional, emocional (si se trata del mundo de lo afectivo), etc.

Puede deberse a inmadurez en la mayoría de los casos por el estilo, sin importar para nada la edad de la persona en cuestión, porque la madurez o falta de ella no va asociada a aquel factor (aun cuando popularmente se crea en el error de que sí).

El cambio es natural, pero las alteraciones bruscas, abruptas o sorpresivamente inmediatas denotan cierta anomalía en el ánimo del agente. Y no se condicen con el equilibrio natural.

El mundo de la economía -en otro ejemplo- es un mundo de cambios. Los consumidores mudan de proveedores cuando encuentran otros que los sirven mejor y a menor precio. Nadie se escandaliza por ello ¿Por qué anatematizar otro tipo de cambios?

Siempre que el cambio sea positivo, ya fuere para la persona que cambia o para los demás, debe aplaudirse el cambio. En caso contrario desde luego que no. Y -en nuestra opinión- el cambio es positivo solo cuando se orienta hacia el bien común, entendido este como el bien de todos sin exclusión, el que no siempre ha de implicar una acción concreta. Muchas veces el cambio positivo consiste en una abstención, como, por ejemplo, sortear una pelea, pasar un mal momento, permitir que algún ser querido cometa un error para que aprenda del mismo a evitarlo en lo futuro, etc. En otros casos se requerirá una acción concreta (hacer un favor, etc.) En cada situación, el agente deberá evaluar si el bien consiste en actuar o dejar de hacerlo.

No es recusable el cambio cuando es genuino, cuando es claro y se demuestra en forma sostenida y en el tiempo. Ninguno está exento de cometer errores, porque no gozamos de omnisciencia, y el traspié es propio de nuestra condición humana. La crítica al desliz ha de ser con ánimo constructivo y no destructivo. Y lo constructivo es la búsqueda de la verdad.

Sin el cambio no podría concebirse ni el progreso ni el retroceso humano. La civilización tal como la conocemos actualmente no hubiera sido posible. Por lo que el cambio en si mismo es un hecho que no puede racionalmente ser objeto de censura, porque forma parte esencial de la evolución. El único cambio censurable es el involutivo, aquel que ataca en pequeño o en grande el avance social y personal de cada uno de los individuos.

Con todo, el cambio en las opiniones de los políticos y -sobre todo- de sus acciones debe ser visto con especial recelo para poder distinguir si son genuinos, o son fruto del oportunismo electoralista al que la mayoría de los candidatos son tan afectos. Este tipo de cambios no son, normalmente, sustanciales, porque el arco ideológico político contemporáneo es bastante similar en casi todos los partidos, sobre todo si tenemos en mira (comparativamente) finales del siglo pasado y comienzos del presente. Los cambios en las ideas políticas de las últimas décadas suelen ser de meros matices, en una concordancia ideológica que gira en torno a la socialdemocracia.

Los cambios sociales son siempre producto de la transformación de las ideas, lo que nada nos dice -por supuesto- de la bondad o nocividad de las ideas que se ponen de moda en una u otra época.


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