Mientras en Argentina la mayoría de sus compatriotas soportaban los embates de la crisis económica global y algunos sufrían las terribles consecuencias del alud provocado por las lluvias en el noroeste del país, en la península ibérica Cristina Fernández se esforzaba por convencer a diferentes audiencias de que tiene sangre azul.
Por Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz
Desde que en febrero de 2007 iniciara sus giras internacionales "de instalación”, para que el país y el mundo se fueran acostumbrando a su presencia entre los estadistas destacados del planeta, la presidentA de los argentinos ha subido al avión presidencial a los más diversos personajes del mundillo de la política y los gremios locales.
Sin embargo, en ninguno como en este tour a la madre patria, sus compañeros de viaje se han asemejado tanto a la troupe de un circo. No faltó nada: trapecistas, equilibristas en la cuerda floja, domadores de fieras, payasos y las mismas “fieras”.
Es así que, al desfilar en la gala ofrecida por la familia real española a la comitiva argentina, se pudo apreciar un variopinto rango de personajes: industriales, gobernadores, legisladores y sindicalistas, cada uno ocupando su lugar en la arena circense.
El integrante enigmático del grupo es el vocero presidencial, Miguel Núñez, lo que en el circo vendría a ser el presentador, aunque en este caso se trata de uno del tipo "mudo", ya que, si bien nunca se ha bajado del avión presidencial, hasta ahora nadie le conoce la voz.
Los más destacados fueron, sin duda, los que dieron la nota: Hugo Moyano y Agustín Rossi, que decidieron desairar al rey y, carta de permiso mediante, acudieron a la cena enfundados en sendos trajes oscuros, en lugar del reglamentario frac (como se había indicado en la invitación), obviamente para no defraudar a la muchachada populista argentina que los hubiera escrachado con algo más que huevos a su regreso al país.
Pero como no podía ser de otra manera, la señora presidentA se dio el lujo de ocupar un lugar destacado en los titulares de los medios españoles, aunque no por su inteligencia, su elegancia o su sensibilidad, sino por la falta de la más elemental educación, al dejar plantada a la familia real durante 40 minutos, seguramente para hacer notar su “ausencia”.
Un antiquísimo periódico español hizo notar que hasta se les había enfriado el plato principal a base de una finísima y exquisita variedad de pollo.
Al día siguiente, martes a media mañana, hizo lo propio con el titular de la Secretaría General Iberoamericana, Enrique Iglesias, y con la vicepresidenta del gobierno español, Teresa Fernández de la Vega, quienes llevaban esperándola más de media hora cuando los noticieros en argentina se hicieron eco de los atrasos, a pesar de que Cristina no se saca jamás el rolex “presidente” de oro y brillantes que luce en su muñeca izquierda.
Tampoco llevaba en su comitiva ningún diplomático experto en protocolo que le hiciera saber que una señora no debe llevar el reloj puesto en una cena de gala. (Tal vez debería hacer chequear su reloj en la casa central en Suiza, para lo cual seguramente programará pronto otra escapada).
El resto del periplo, demás está decirlo, sólo fue utilizado para obviedades, estupideces y enfrentamientos: que los argentinos estamos agradecidos por la acogida brindada por España a los terroristas exiliados de la dictadura en 1976, que tuvo tres abuelos españoles y que no pensaba dar marcha atrás con la decisión de estatizar Aerolíneas, todo con el enredado pero hueco discurso que ha aprendido a memorizar durante las largas horas que le llevan los afeites cotidianos previos a su “salida al aire”.
Ni el rey, ni los funcionarios que la recibieron dejaron de cantarle algunas verdades en la cara respecto a las empresas españolas y sus intenciones expropiatorias, a las que ella contestó con su clásico discurso aprendido de memoria e inconsistente.
En una nota nuestra anterior nos preguntábamos quién le armaba la agenda y quién le escribía el libreto. Ahora agregaríamos otros items: quién se ocupa de su aspecto personal y quién le controla el timing (tomar el tiempo que lleva una actividad). Quienes la asesoraron en su vestuario y peinado parecen ser lo que lo hacen con Piñón Fijo. (A los lectores no argentinos les explicamos que es un célebre y televisivo payaso de origen cordobés).
Sin embargo, lo más preocupante de la reina K son sus malos modales y su ignorancia supina en materia de protocolo y diplomacia, que ya le han conseguido una nutrida colección de anécdotas para su álbum personal, además de sus frases célebres.
En este punto creemos que, así como muchos personajes de la realeza (a la que ella aspira), la aristocracia, la política y la diplomacia internacionales se esmeran por aprender reglas a fin de desenvolverse con naturalidad en los ámbitos en los que deben moverse, es hora de que Cristina Fernández se ocupe, como una moderna Pigmalión, un poco menos del bótox, de maquillaje y vestuario, y un poco más del protocolo y buena educación.
Porque una cosa es tener como anfitriones a Chávez, Fidel o Kadhafi, y otra muy distinta es enfrentarse a los líderes mundiales que realmente pesan en las relaciones que, tarde o temprano, tendrá que establecer si pretende campear con alguna suerte los difíciles tiempos que se avecinan tanto en el contexto nacional como en el internacional.
Finalmente, nos preguntamos cuánto nos ha costado a los argentinos esta gira circense, absolutamente inútil, repleta de invitados de cuarta, a quienes les hemos debido pagar indumentaria, viáticos, alojamiento y restaurantes de lujo, amén de la abundante dotación de sirvientes para la "atención personal" de esta ridícula aprendiz de emperatriz: vestuaristas, costureras, peluqueros, maquilladores, fotógrafos y el largo etcétera que conforman la utilería del circo.
La Argentina que yo quiero
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