Por Héctor Gambini
"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". El arrepentimiento cristiano es un puente hacia la salvación eterna. El de la ley argentina puede serlo hacia una salvación más precaria y terrenal, pero extraordinariamente valorada por los hombres de negocios y algunos de los funcionarios que participaron del reparto obsceno en la década coimeada.
Hábiles para las cuentas, sólo debieron manejar un puñado de números sencillos. El máximo de la pena de coimas (cohecho) es de 6 años. Los delitos excarcelables son los que contemplan penas de hasta 3 años. Y los "arrepentidos" consiguen reducciones de penas que van hasta la mitad de lo previsto. Si está previsto 6 años, les queda en 3. Conclusión: aún condenado, el arrepentido quedará libre porque con el total en 3 años acaba de entrar al codiciado club de los excarcelables.
Hay más. La sola aceptación del juez de su condición de arrepentido lo saca automáticamente del calabozo mientras sigue la investigación. Salvación terrenal exprés: si se arrepiente y dice la verdad, aunque sólo sea una parte (la ley exige "información comprobable y verosímil" pero no dice que debe ser completa) los participantes primarios de las coimas se van a su casa. Más tentador que la manzana de Eva.
No son inocentes -arrepentirse implica admitir culpabilidad-, pero cada pieza que arrima un arrepentido por conveniencia suma al rompecabezas general. Y así, el dibujo del robo del siglo se va completando.
Esta ley del arrepentido está de estreno con la causa de los cuadernos: se aprobó en 2016 y nunca se había usado como ahora en casos de corrupción, con gente haciendo cola para arrepentirse. Y son récord las "audiencias de homologación": el instante en que el juez "acepta" al arrepentido y lo eyecta de los calabozos de Ezeiza, donde últimamente los simpatizantes K se agarran a las piñas. ¿Para qué pasar por ese purgatorio indeseable?
El punto es cómo termina esta nueva tragedia argentina en capítulos que miramos como una comedia.
El mapa transitorio muestra que, en la década coimeada, la columna vertebral de la economía del país (obra pública, transporte, energía) estuvo atravesada por la coima sistemática y organizada, como un embudo invertido que bombeaba hacia arriba más y más fondos públicos.
Una tragedia que cuesta mensurar si no se piensa en los choques con muertos de las rutas destrozadas que nunca se arreglaron (porque esa parte de los peajes iba para las coimas), en el conurbano sin cloacas ni asfalto, en los hospitales precarios con un número sacado hoy a las 5 de la mañana para atenderse en octubre o en los chicos sin copa de leche.
Uno solo de los bolsos que llevaba el Toyota de Centeno con 800.000 dólares es inaccesible para cualquier argentino medio en toda su vida: se consigue ahorrando $50.000 por mes, todos los meses, durante 40 años. Y fueron cientos de bolsos.
Un chofer hizo una llave en ocho cuadernos y abrió el cofre con las joyas robadas pero ya no están allí, aunque la búsqueda de la trama financiera para esconder la plata le sube una marcha a la investigación.
Ahora lo sabemos mejor. Los 9 millones de dólares en los bolsos que López revoleaba en el convento -otro que se sumó al club de los arrepentidos- y los 6 millones de dólares en la caja de seguridad de Florencia Kirchner fueron las monedas que quedaron arriba de la mesita de luz cuando alguien gritó que había que correr a esconder la plata grande.
La plata robada en los bolsos de la década coimeada que ahora cada arrepentido nos vuelve a tirar por la cabeza, vacíos, mientras los senadores peronistas deciden que a Cristina todavía no se le puede allanar el departamento.
Clarín
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