domingo, 8 de febrero de 2009

El copyright a qué

La señora de Kirchner y su esposo se han volcado a una lectura un tanto autorreferencial de la realidad: según ellos, Barack Obama y otros gobernantes de las democracias desarrolladas deberían pagarles derechos de autor porque "toman medidas que parecen copiadas de lo que ha sido este modelo desde el 2003".

Por Jorge Raventos

…el "to be" a qué o el "not to be" a qué…
Oliverio Girondo. El pentotal a qué

La señora de Kirchner y su esposo se han volcado a una lectura un tanto autorreferencial de la realidad: según ellos, Barack Obama y otros gobernantes de las democracias desarrolladas deberían pagarles derechos de autor porque "toman medidas que parecen copiadas de lo que ha sido este modelo desde el 2003".
Hasta hace unos meses, la pareja presidencial bendecía sus políticas intervencionistas (miles de millones en subsidios que, obviamente, sólo reprimieron temporalmente un estallido tarifario; control de precios, tan inconducente que debió complementarse con la lisa y llana falsificación de los índices por el INDEC, etc.) atribuyéndola a la inspiración de John Maynard Keynes. Ahora se han liberado de esa falsa tutela y sin falsa modestia se atribuyen la paternidad de una tendencia mundial, se ubican en el rol de intérpretes avanzados y audaces guías de una escuela que los mandatarios occidentales no comprendieron en su momento y, ahora, imitan sin reconocer el copyright.

En algunas semanas, a comienzos de abril, la señora de Kirchner se encontrará en Londres con muchos de esos líderes, probablemente hasta el propio Obama, en la próxima reunión del G20. ¿Se animará la dama a hacer ante ellos estas reflexiones que, en la última semana, tuvieron tan efusiva recepción en una reunión mayoritariamente poblada por funcionarios y empleados de su Gobierno?

En cualquier caso, convendría, para evitar equívocos o papelones, que la señora que ocupa la casa de los presidentes argentinos tome adecuada nota de lo que están pensando otros influyentes miembros de ese grupo.

El Primer Ministro británico, Gordon Brown, que será anfitrión del encuentro, está lejos de impulsar teorías aislacionistas del "desacople" como las que entusiasman al matrimonio K, es enemigo del proteccionismo y considera que hay que profundizar la globalización. "Este no es tiempo para aislarse en medidas individuales, nacionales para vérselas con la crisis financiera global. Este es un momento para que el mundo actúe como una unidad", acaba de sostener Brown. "Retroceder a un proteccionismo, a una suerte de mercantilismo financiero, conduciría al mundo a una pobreza mayor que la que hoy soporta", agregó; y consideró que es necesario "actuar, para evitar un retroceso de la globalización, a nuevas formas de proteccionismo y a una reducción del comercio y la actividad que trasciende las fronteras".

¿Intervención del Estado? Localizada y por poco tiempo, reclaman influyentes miembros del G20. Angela Merkel, por ejemplo, la jefa del Gobierno alemán que asume la defensa de "las democracias con economía social de mercado", señaló: "No debemos permitir que las fuerzas del mercado sean distorsionadas completamente. Por ejemplo, miro con mucha inquietud la inyección de subsidios en la industria automotriz norteamericana. No deberían durar mucho. Eso lleva a la distorsión y, francamente, constituye proteccionismo". Merkel tampoco parece haber adherido a la escuela de pensamiento liderada por la pareja de Olivos: "No hay alternativa a una economía libre de escala global", acaba de refirmar. Es cierto que para garantizarla, la líder alemana propone una intervención, pero se trata de una intervención que difiere marcadamente de la que prefieren los Kirchner. Merkel ha propuesto establecer los lineamientos del nuevo orden económico global y garantizar su cumplimiento "a través de un Consejo Económico de las Naciones Unidas, análogo al Consejo de Seguridad creado tras la Segunda Guerra". Es decir, un organismo global con capacidad de intervención en los estados miembros poco disciplinados. Merkel llevará esta propuesta al G20 en abril y ya ha conversado sobre ella con el FMI y con la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el club de las democracias de mercado). Se trata de establecer regulaciones y normas de procedimiento de carácter global, auditarlas y hacerlas cumplir. ¿Estará en condiciones de pasar el examen de cumplimiento de esas reglas un Estado que falsifique sus estadísticas para, de ese modo, estafar a los tenedores de sus bonos soberanos? ¿Qué lugar para el "desacople" tendrá un Estado que no quiera dar cuenta de sus cifras y de sus reglas de juego a un Consejo como el que postula Angela Merkel o a la institución mundial que funcione como auditor global, por ejemplo, el FMI?

Aunque es evidente que las inauditas tensiones que genera la crisis internacional suscitan reacciones aislacionistas y proteccionistas (Obama tuvo que poner coto parcial a algunas que, con el paraguas del lema "compre americano", impulsaron sus correligionarios proteccionistas del partido Demócrata), la lógica de fondo con la que se ven impelidos a moverse los líderes del mundo no es la del desacople, sino la de la globalización y la integración mundial.

De ahí que la idea de que el mundo les está copiando el modelo a los Kirchner probablemente sea un embeleco fraguado en Olivos, una aproximación impresionista, una lectura superficial, enrevesada y deficiente de los hechos.

Al matrimonio presidencial no le caen bien las auditorías ni los controles: se mueven internamente con facultades de emergencia y con superpoderes y llegaron a pagar una suma que no era exigible para evitarse los informes y recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. Mal que les pese, el FMI en su más reciente estudio, preparado precisamente para los Estados miembros del G20, diagnosticó que la Argentina sufrirá este año una fortísima caída que la llevará a una tasa de crecimiento cero, con una lenta recuperación de un punto y medio en 2010. Algunos analistas locales vaticinan situaciones más oscuras. El Fondo, en cualquier caso, señala la inexistencia de "un marco fiscal previsible". Sucede que la recaudación crece a tasas marcadamente más bajas que la de los años anteriores (y que la inflación real), pese a que la caja central ha recibido respiración artificial con los fondos atrapados al sistema jubilatorio de capitalización. La caída de la recaudación refleja el encogimiento de la actividad económica: el campo está golpeado por la sequía y por las políticas oficiales, la construcción está detenida, la industria cae, el sector la producción automotriz bajó más de un 50%. Las provincias ven demorarse las entregas por coparticipación. Así, el gasto público, de no ser recortado, quedará muy por encima de los recursos y requerirá un financiamiento que al Estado le resulta muy vidrioso obtener. En la reunión de abril, en Londres, si llega a hablar con Angela Merkel, la señora de Kirchner podría quizás escuchar algunas ideas que los alemanes no copiaron, precisamente, del Gobierno argentino. Por ejemplo, ésta que Merkel reiteró en la reciente reunión de Davos: "Una lección: no vivir por encima de los propios medios".

El espejo de la madrastra

No sería raro que la visión groseramente autorreferencial que distorsiona el relato del Gobierno sobre la crisis y el mundo, también le juegue una mala pasada en el análisis doméstico. Apoyándose en encuestas hechas a la medida de sus deseos, Néstor Kirchner le pinta a algunos de los intendentes y gobernadores, que ahora recibe asiduamente en Olivos, que su fuerza política ganará los comicios de octubre. Admite que los votos oficialistas sufrirán un encogimiento en relación con los que obtuvo quince meses atrás su mujer, pero dice confiar en que la pérdida no llegará los 10 puntos porcentuales y agrega que esa mengua quedará disimulada por un segundo factor de victoria: la división de sus rivales. Para confirmar esa predicción –a Dios rogando y con el mazo dando- él mismo alimenta esa división alentando candidaturas alternativas destinadas a desviar hacia ellas votos de sus principales adversarios.

Desde que cambiaron los astros –para el matrimonio presidencial eso empezó a ocurrir con el plebiscito misionero de octubre de 2006, en el que su candidato, el entonces Gobernador, Carlos Rovira, fracasó en su búsqueda de reelección indefinida- el activismo de Kirchner, que hasta allí le había permitido acumular poder, comenzó a transformarse en autodestructivo; la pelea con el campo durante 2008 no sólo le infligió una decisiva derrota parlamentaria, sino que motorizó un creciente e inconcluso proceso de desintegración de sus apoyaturas políticas: ya había perdido a las clases medias urbanas y con esa batalla se enajenó la opinión pública rural. La suma de esas pérdidas determinó el paulatino alejamiento de sectores del peronismo que comprendieron que el ciclo kirchnerista estaba agotado. La negativa de Carlos Reutemann a acompañar a la señora de Kirchner y su esposo en la visita oficial al Reino de España es sólo una última evidencia de esa toma de distancia. Reutemann es, hoy por hoy, el dirigente peronista de mejor imagen en la opinión pública y tiene claro que la frecuentación de la familia presidencial y su entorno deterioraría ese prestigio.

La actitud de Reutemann es, si bien se mira, un gesto discreto de alejamiento. Ya hay una legión de peronistas –como la que esta semana acompañó en Mar del Plata la ya tradicional convocatoria veraniega de Luis Barrionuevo- que, más que en el postkirchnerismo, militan claramente en el antikirchnerismo: Eduardo Duhalde, Alberto Rodríguez Saa, Ramón Puerta, Héctor Maya, por citar algunos. Más numeroso es, con todo, el campo de quienes, amparándose todavía en "la máscara de Néstor", preparan su retirada con sigilo y cautela, pues aún necesitan recursos y obras en sus distritos y no se sienten, por eso, con fuerza para romper abiertamente lanzas con Olivos y la Casa Rosada.

Quizás, entonces, los pronósticos electorales que Kirchner prodiga (y acaso cree) se estén perdiendo esos movimientos moleculares, sutiles o vertiginosos, que anuncian en el justicialismo que está en marcha un cambio de piel.

En cuanto al segundo factor tranquilizante que consume el esposo de la Presidente –la atomización opositora-, también es posible que esté modificándose. Lo que muestra este inicio de año es un interesante proceso de acercamientos políticos. El radicalismo se aproxima al cierre del cisma del grupo K y la conducción partidaria hace las paces con el cobismo; Mauricio Macri y Felipe Solá dejan trascender su eventual trabajo en común; desde la Coalición Cívica se lanzan palabras cordiales hacia Reutemann y Solá; éste y Margarita Stolbizer se tiran flores recíprocamente; una convergencia que va desde el peronismo disidente hasta la izquierda y es empujada por el PRO, la fuerza de Elisa Carrió, el socialismo y la UCR promueve una reforma política y el empleo de la llamada "boleta única" para acotar las posibilidades de fraude electoral.

Esas muestras de coincidencia y de trabajo en común difícilmente se traduzcan en octubre en una gran coalición electoral (aunque acaso, una vez más, el activismo de Néstor Kirchner consiga ese milagro). De todos modos, lo que ponen de manifiesto es que las distintas corrientes partidarias empiezan a construir una atmósfera de diálogo político civilizado que también contribuye a la creación del postkirchnerismo.

En cierto sentido, y salvando las distancias, este cambio de modales en el trato entre las fuerzas no oficialistas guarda un aire de familia con aquel intento que a principios de los años 70 se encarnó en el abrazo entre Ricardo Balbín y Juan Perón y en la frase del líder radical: "El que gana, gobierna, y el que pierde, apoya". Aquel encuentro, históricamente demorado, resultó tardío para contener la crisis política que le daba marco, pero dejó una semilla sembrada. Hoy también los movimientos de los partidos pueden parecer atrasados, morosos, en relación al vértigo de una crisis social y económica que vuelve a entrar en ebullición y al deterioro de las instituciones y del sistema político. En cualquier caso, la crisis y esas coincidencias políticas, aunque lo hagan a distinto paso, marchan en la misma dirección.

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