Hoy sabemos, principalmente por las televisiones, que son las que «forman» nuestra opinión con tres brochazos frívolos en tertulias de mesa camilla, que lo avanzado, progresista y humanitario era el dejarla morir.
Por Miguel Ángel Loma
Si hace unos cincuenta años se hubiese realizado una encuesta exponiendo el caso de Eluana Englaro (la joven italiana a quien se propició la muerte tras serle retirada la sonda nasogástrica que la alimentaba), mostrando las enfrentadas posiciones entre los partidarios de su muerte y los defensores de su vida, y solicitando que se calificase ideológicamente a ambos grupos, muy probablemente una gran mayoría hubiese respondido que quienes solicitaban la muerte de Eluana eran gente materialista de poco espíritu humanitario, y que tan letal pretensión únicamente sería explicable desde la valoración de la vida humana en función de su improductividad; mientras que quienes abogaban por mantenerla con vida eran gente progresista, solidaria y con un concepto de la vida menos utilitarista y más elevada que los anteriores.
Y si además hubiésemos preguntado por la posición del padre de la joven, una mayoría más amplia aún no hubiera dudado en situarlo entre los defensores de la vida de su hija.
Hoy sabemos, principalmente por las televisiones, que son las que «forman» nuestra opinión con tres brochazos frívolos en tertulias de mesa camilla, que lo avanzado, progresista y humanitario era el dejarla morir.
Pero este debate no se agota con la muerte de Eluana, porque, como ya es habitual, el caso se utilizará para allanar el camino a la aceptación social de la eutanasia, que en breve hará su aparición estelar no ya como algo excepcional en un supuesto extremo que suscita encontrados pareceres, sino como un nuevo derecho humano: el derecho de un tercero a decidir sobre la vida ajena cuando ésta se considere que no merece ser vivida.
Este es el auténtico campo dialéctico donde se está planteando una batalla que, al igual que ha sucedido con el aborto, parece perdida de antemano en un Occidente tan suicida como enfermo.
Y llegaremos a ver cómo el sagrado concepto de dignidad humana, inherente a cualquier ser humano por el solo hecho de serlo y fundamento de todos los derechos, será relativizado en función de lo que en cada momento sea considerado como «digno», hasta servir de cobertura jurídica para matar o dejar morir.
Una doctrina que nos conduce a un futuro tremendamente preocupante, sobre todo para los más débiles.
Volver a PyD
Contáctenos politicaydesarrollo@gmail.com
Por Miguel Ángel Loma
Si hace unos cincuenta años se hubiese realizado una encuesta exponiendo el caso de Eluana Englaro (la joven italiana a quien se propició la muerte tras serle retirada la sonda nasogástrica que la alimentaba), mostrando las enfrentadas posiciones entre los partidarios de su muerte y los defensores de su vida, y solicitando que se calificase ideológicamente a ambos grupos, muy probablemente una gran mayoría hubiese respondido que quienes solicitaban la muerte de Eluana eran gente materialista de poco espíritu humanitario, y que tan letal pretensión únicamente sería explicable desde la valoración de la vida humana en función de su improductividad; mientras que quienes abogaban por mantenerla con vida eran gente progresista, solidaria y con un concepto de la vida menos utilitarista y más elevada que los anteriores.
Y si además hubiésemos preguntado por la posición del padre de la joven, una mayoría más amplia aún no hubiera dudado en situarlo entre los defensores de la vida de su hija.
Hoy sabemos, principalmente por las televisiones, que son las que «forman» nuestra opinión con tres brochazos frívolos en tertulias de mesa camilla, que lo avanzado, progresista y humanitario era el dejarla morir.
Pero este debate no se agota con la muerte de Eluana, porque, como ya es habitual, el caso se utilizará para allanar el camino a la aceptación social de la eutanasia, que en breve hará su aparición estelar no ya como algo excepcional en un supuesto extremo que suscita encontrados pareceres, sino como un nuevo derecho humano: el derecho de un tercero a decidir sobre la vida ajena cuando ésta se considere que no merece ser vivida.
Este es el auténtico campo dialéctico donde se está planteando una batalla que, al igual que ha sucedido con el aborto, parece perdida de antemano en un Occidente tan suicida como enfermo.
Y llegaremos a ver cómo el sagrado concepto de dignidad humana, inherente a cualquier ser humano por el solo hecho de serlo y fundamento de todos los derechos, será relativizado en función de lo que en cada momento sea considerado como «digno», hasta servir de cobertura jurídica para matar o dejar morir.
Una doctrina que nos conduce a un futuro tremendamente preocupante, sobre todo para los más débiles.
Volver a PyD
Contáctenos politicaydesarrollo@gmail.com
1 comentario:
Me podeis decir cuántas sentencias ha habido sobre este caso?
ainara_xikitinaa@hotmail.com
(mandandome un correo porfa,gracias)
Publicar un comentario