jueves, 4 de diciembre de 2008

Entre indultos e insultos, seduciendo al capital


Los discursos desde un atril no alcanzan para que la Argentina se convierta en una tierra promisoria para los inversores o quienes estén en condiciones de repatriar capitales.

Por Gabriela Pousa

De pronto, como por arte de magia, la presidente Cristina Fernández de Kirchner ha demostrado que está y que algo pasa. Ahora bien, que su presencia sea eficaz o meramente cosmética es otro tema.

Lo cierto es que, ante la crisis de aquella "burbuja a punto de estallar" que nos encontraba "sólidos y firmes", se advirtió, al menos, que nada puede hacerse contra la globalización y sus efectos.

Los coletazos llegan, aunque en verdad lo que más nos esté afectando sean las consecuencias de 6 años de impericia y soberbia para gobernar.

Si se admite que el país está menos afectado que otros por la caída de los mercados, hay que observar que no se debe tanto a los logros internos como, sí, a la vaga presencia que tiene la Argentina en el escenario internacional.

La política exterior parece haber quedado limitada, en gran medida, a los paseos de Cristina.

Cada regreso de gira se resume en anuncios de inversiones y negocios que luego no se verifican.

La jurisprudencia en esta materia hace que, hasta la llegada de Tutankamon a estas tierras, suene tan irreal como las inversiones chinas que saldarían la deuda, o las bombitas de luz de bajo consumo que se compraran a Cuba después que a ésta se las regalara China; y que servirían para paliar una crisis "inexistente": la energética.

Al menos, inexistente, para ciertos ministros que manejan su propio INDEC a la hora de medir problemas.

Pero Cristina Fernández ha dado señales de vida: esto equivale a decir que ha anunciado desde un atril nuevas medidas.

Esta vez, la oratoria se basó en una suerte de combo o de enunciación conjunta de disposiciones razón por la cual le han puesto el mote oficial de "plan", más allá de que haya o no sintonía y cohesión entre las mismas.

Un dato interesante es ver cómo el oficialismo, pese a su campaña incesante de desprestigio, acude a ciertos métodos de los años noventa ofreciendo incluso, la posibilidad de resucitar a Domingo Cavallo con su discurso.

Es cierto que, a esta altura de las circunstancias, todo cuanto se diga desde el atril situado dónde sea, encuentra a la población sumida en un dejo de duda y apatía.

No se trata de oponerse a todo cuánto enuncia el Gobierno sino que, tanta proclama sistemática de mentiras y falacias, hace inevitablemente que no pueda creerse en la eficacia y menos aún en la veracidad de las palabras.

El listado de medidas abortadas, apenas horas después de ser anunciadas, es demasiado amplio como para pretender, a esta altura, credibilidad ciega.

Si algo perdió el kirchnerismo ha sido el cheque en blanco que se le dio en el 2003, cuando llegó con todos los indicadores y precios de comodities a su favor.

Lo positivo, o lo distinto en este caso, es que no ha habido silencio sepulcral ante una realidad inexpugnable.

Por fin, se ha reconocido que algo viene haciendo agua y el final de año coincide con el final de la fiesta oficial.

De todos modos, una cosa es responder a lo evidente con lógica, y otra es hacerle frente con un discurso cuyo contenido dista de ser una respuesta coherente al problema que se yergue.

Muchos ciudadanos, más que el enunciado de un plan, sienten que se los ha vapuleado, y otros tantos celebran haber sido indultados…

Esta claro que la crisis internacional no es del todo negativa para los Kirchner.

En ella encuentran la excusa perfecta para justificar lo que no se ha hecho y cuánto se ha deshecho desde que están en el gobierno.

Y a la vez, aprovechan para seducir con cierta peculiaridad, pretendiendo mostrar que la caridad bien entendida empieza por casa, pero claro, la 'solidaridad' pedida, en este caso, es sólo para la manutención en el poder del matrimonio presidencial.

Una síntesis del plan puede traducirse en: "Traigan capitales que hay que financiar la próxima elección nacional" y apelan a un canje muy singular: "No garantizamos pero indultamos"

La improvisación no ha fallado ni una sola vez, y el oportunismo político, que se le ha sumado en todos los casos, ha sido de una contundencia inexpugnable.

Pretender que ahora se tomen medidas emanadas de políticas de Estado elaboradas por especialistas es utopía.

De allí que lo que ofrecen para paliar la recesión y la crisis es tan coyuntural y huele a trampa como todo en la Argentina: corto plazo con mucho de prestidigitación e ilusionismo vano. Se lavan, de paso, muchas manos.

La repatriación o blanqueo de capitales, cuando lo acontecido en el 2001 sigue siendo tema de extrema vigencia, es difícil de prever como una medida que halle demasiados adeptos o interesados.

La moratoria impositiva y las medidas tributarias, por otra parte, resultan una afrenta a la ética: quienes han pagado hasta el último centavo aparecen en este escenario como los bufones del reinado.

El insulto auto proferido se escucha en todos lados. Y la entronización de la prédica con el ejemplo, está cada vez más lejos.

El blanqueo fiscal puede leerse como un indulto a miles de procesados y una estocada letal para la justicia que ya viene mal herida.

Los trajes a rayas para evasores, que fueran el epicentro del discurso de Néstor Kirchner en su asunción, serán guardados en el placard y aptos únicamente para alguna que otra fiesta de disfraz.

Finalmente, la puesta en escena de un Ministerio – deshecho por ellos mismos unos pocos años atrás- por más crédito que tenga quién lo coordine no puede erigirse garantía de algo que se ha perdido a fuerza de maniqueísmo y violación constante de reglas.

La confianza requiere otras variables que todavía están ausentes en esta geografía. Obsérvese que ningún organismo ni ONG que mide las variables que atraen inversiones basan sus estudios en la existencia de una cartera productiva, y mucho menos en los funcionarios que las timonean.

Se apoyan en cuestiones mucho más severas como ser: la seguridad jurídica, el tiempo necesario para hacer negocios, la burocracia, la estabilidad no sólo económica sino política y social (sin descuidar el aspecto gremial), la calidad institucional, el desarrollo sustentable, la transparencia y la preeminencia de reglas y normas claras.

Por eso quizás, en el reciente "plan" oficial, se omitió un 'detalle': de garantes y garantías mejor no hablar.

Mientras el gobierno discute la figura de quién se supone es la segunda voz del Ejecutivo, referimos a Julio César Cobos; expropia Aerolíneas, confisca los fondos previsionales, y manda a Guillermo Moreno, secretario de Comercio a controlar desde el mercado cambiario hasta los metros de papel que trae el rollo que se utiliza en el baño, hablar de inversiones y regreso de capitales parece un tanto descabellado.

¿Cuál es la garantía, si lo privado pasa a manos del Estado de la noche a la mañana sin que medie una explicación medianamente válida?

Sumemos que encima, los debates, se reducen a diálogos entre sordos o meras agresiones verbales que van desde el descrédito hasta pases de factura por asuntos personales.

Parece poco probable que la Argentina se torna una tierra promisoria para inversores o repatriar capitales cuando se han reemplazados políticas por improvisaciones, cuando hay funcionarios que no funcionan, planes que no son tales; Presidente/a que no preside, mayorías que no reaccionan, soberanos que no se identifican con sus representantes, federalismo atado a las dádivas de un Ejecutivo centrado y cerrado; y hasta singularidades de otro tipo.

Como ejemplo, veamos lo que acontece con la inseguridad: calles y barrios liberados pero, de pronto, 1100 policías destinados a cuidar barras bravas y enfrentamientos entre hinchas.

O mismo otra cachetada: una ambulancia puede tardar en llegar una eternidad ante un enfrentamiento con delincuentes o un accidente, pero ante un partido de fútbol, allí están al servicio de una tribuna popular. Es un país peculiar…

Estas aparente nimiedades no son sin embargo detalles que se pierdan de vista para quienes puedan estar evaluando traer su plata a la Argentina.

Las cosas en general no funcionan como deben funcionar.

Entre los bancos que remiten a una crisis que no termina de digerirse, no por rencor de la ciudadanía sino por un exceso de situaciones aledañas que se repiten día a día rememorando aquella pesadilla; hasta las mismas caras de siempre en la dirigencia política, y ciertos regresos que conmemoran aún más aquellos sucesos, es muy difícil pretender que el remedio planteado desde la Presidencia surta efecto.

Cada vez es menor la cifra de adeptos que compran, ciegamente, décadas, sucesos y hechos de la historia nacional que se venden como si hubieran sido acontecimientos aislados o sin contexto, y no como consecuencia de un todo que reveló -y sigue revelando- división social, inequidad, signos de autoritarismo y una peligrosa manipulación de la realidad.

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