Nuestras democracias contemporáneas son incapaces de hacer nada grande ni serio. Carecen de la idea de megalopsixía o grandeza de alma para encarar grandes cosas y proyectos.
Por Alberto Buela
El primer texto escrito que tenemos de los griegos es la Ilíada de Homero datada a mediados del siglo VIII (750 a.C). En tanto que la filosofía aparece en el siglo VI con los pensadores jónicos (Tales, Anaximandro, Anaxímenes), continúa con los filósofos presocráticos (Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras) y culmina con los grandes filósofos Platón y Aristóteles. Para posteriormente decaer en las escuelas helenísticas: epicureísmo, estoicismo, escepticismo y pasar así a Roma en forma de neoplatonismo con solo retazos de pensamiento especulativo.
Polis y libertad
Tenemos noticias de la existencia histórica de los griegos cuando una rama de los indoeuropeos, los aqueos, invaden el Peloponeso y sus islas alrededor del 1700 a.C. desplazando a los pelasgos, primitivos habitantes del lugar. Luego los dorios en el 1200, desplazan a los aqueos o jonios que se instalan del otro lado del mar Egeo en Asia Menor, zona que pasa a denominarse jonia.(hoy Turquía) Y es aquí donde nacen y habitan los primeros filósofos.
En el denominado genio griego convergen tanto el espíritu apolíneo, por el dios Apolo, caracterizado por sentido del equilibrio, la medida, la claridad, la serenidad, como el espíritu dionisíaco, por Dionisio, caracterizado por el desenfreno, el pesimismo, la exhuberancia. El primero resalta la luminosidad del alma griega, mientras que el segundo su lado oscuro. Así, los dos nos muestran a todo el hombre, de ahí que casi no haya habido ninguna actitud posterior en la historia que no encuentre antecedentes en la ecúmene de la Hélade.
Y así mientras los filósofos realizan el paso del mito al logos. De los antiguos mitos que relataban la relación de los hombres con los dioses o de estos entre sí, a la explicación racional de lo que es el hombre, el mundo y sus problemas. De igual manera los grandes dramaturgos Eurípides, Sóflocles y Esquilo muestran el costado oscuro del alma griega, cuando las pasiones dominan a la razón.
Así van a describir sus afectos: Las dos grandes pasiones el amor y la ira. Y las cuatro afecciones principales: Temor (mal futuro), tristeza (mal presente), deseo (se dirige a un bien futuro) y placer (aun buen presente). Mientras que para los filósofos las afecciones se muestran como el verdadero enemigo de la vida perfecta, para los dramaturgos y poetas ellas vienen a explicar lo que verdaderamente le sucede al hombre de carne y hueso en esta vida terrena.
La idea de libertad surge históricamente con los griegos como lo hace notar el erudito Max Pohlenz, cuando ellos se percatan del hecho evidente de que hay hombres esclavos y otros que no lo son. Esto fue observado por Aristóteles cuando afirma: “la otra característica de la libertad (la primera era alternarse en la obediencia y el mando en la ciudad) es que cada cual viva como le agrade, ya que según se dice, esto es el efecto de la libertad, por el simple hecho de que el esclavo no vive como quiere”[1].
Ahora bien, el fundamento de la libertad es la constitución democrática, que es la que garantiza tanto la libertad civil como la política. Es decir, se le garantizan al ciudadano derechos y al mismo tiempo se lo habilita para participar en el gobierno, o mejor aún, en la confección de las leyes.
Pero en caso en que las leyes sancionadas para la ciudad por la Asamblea del pueblo no le agraden, le está permitido al ciudadano tomar lo suyo e irse a donde quiera (Cfr. Critón 51 a 3) cosa que el esclavo no puede hacer. Mas si se quedara, luego de haber visto como obran las leyes, él se compromete de hecho, a hacer lo que ellas mandan (Cfr. Critón 51 e 4). De modo que la ley es para el griego su progenitora, su partera como lo era Fenareta, la madre de Sócrates. La que lo cría e instruye. El griego es hijo y esclavo de la ley (ekgonoV kai douloV ) afirma Platón en Critón 50 e 4.
Para los griegos entonces el ejercicio de la libertad se halla en la esclavitud a la ley, o sea, que el acto libre es aquel que se encuentra en concordancia con la ley. Y a su vez la ley equivale a la polis, pues no hay polis sin ley. Así la ley es la esencia de la polis, de la ciudad- Estado y la anomia (falta de ley) su enemiga mortal. Una de las diferencias con los bárbaros es que los griegos tenían polis y aquellos se manejaban con un régimen tribal, monarquías tribales o lo que fuera que sea.
Sócrates, en nuestra opinión, es lo más parecido a un librepensador que reacciona honestamente contra el mal uso del logos, (de la razón) que hacen los sofistas (defensores de causas justas o injustas según les pagaran), quienes con semejante actitud tienden a la disolución de la polis= ciudad Estado.
Pero como Sócrates se apoya para ello en el apotegma délfico “conócete a ti mismo”, y da una interpretación individual del mismo lo que produce es la quiebra de la unidad sustancial de individuo y polis, esto es, el resultado inverso de aquello que se propuso. Es con Sócrates que nace el individualismo. De ahí que en sus últimos días reconozca su error y no quiera fugarse de la cárcel y beba, finalmente, la cicuta convencido que es lo mejor para él y su polis.
La relación de los griegos con la ley la deja en claro el poeta Esquilo en Los Persas: “los griegos no se dicen esclavos de ningún hombre, ni obedecen a nadie”[2], y agregamos nosotros, porque al esclavizarse a la ley, no hacen otra cosa que obedecer sus propios designios. En una palabra, se obedecen a sólo a sí mismos y este es el gran descubrimiento de los griegos.
A esta relación de obediencia a la ley como a sí mismo ayudó el hecho que los griegos fueron el único de los grandes pueblos de la antigüedad que no tuvo libros sagrados a quienes obedecer.
Las ideas políticas en Platón (429-348)
Poco antes de nacer estalló la Guerra del Peloponeso (431) entre Atenas y Esparta. Triunfa Esparta e impone el gobierno de los Treinta Tiranos entre los cuales estaban dos parientes suyos, su tío Cármides y Critias, primo de su mamá. Se crió en el seno de una familia noble perteneciente a la más alta aristocracia ateniense.
Su maestro fue Sócrates, condenado a muerte por el régimen de la “restauración democrática” que sucedió al de los Treinta Tiranos.
Es explicable con estas dos referencias irrecusables porqué Platón que siempre se interesó por lo político, nunca se pudo mezclar con la política en los asuntos de Atenas.
Para que se entienda pongamos una analogía con la historia argentina reciente. Los parientes de Platón (un hermano de su madre y otro tío) eran a los Treinta Tiranos lo que Martínez de Hoz a la dictadura militar.
En una palabra, con semejantes antecedentes Platón no pudo nunca hacer política en Atenas. Es por eso que debió hacer política en Sicilia con los tiranos Dionisio el Viejo y Dionisio el Joven, pero el primero terminó vendiéndolo como esclavo (tuvo la suerte que lo compró su discípulo Anníkeris) y el segundo lo encarceló y tuvo que ser liberado con el envío de una nave de guerra por parte de su amigo y discípulo Arquitas, el tirano que gobernaba la ciudad de Tarento. (Cfr. Paul Notorp: Platos Ideenlehre).
Todos estos antecedentes políticos concretos, irrecusables, nos permiten explicar los preconceptos de Platón acerca de la política y su personal caracterización.
Así, Platón entiende la política y sus formas como un proceso de paulatina decadencia que va desde la sociedad natural hasta la tiranía, a través de la descomposición, por perversión, de las distintas formas políticas.
En un primer momento tenemos la sociedad natural en donde los hombres se vinculan entre ellos a partir de la división del trabajo o funciones complementarias que realizan unos respecto a otros.
Pero con el surgimiento de jefes interesados que se apropian de los bienes comunes surge la timocracia, donde sus gobernantes están dominados por el deseo de los honores. Este deseo se exaspera con la obsesión del dinero y surge así el régimen de la oligarquía, gobierno de unos pocos y ricos, que al explotar al pueblo genera su sustitución por la democracia, o gobierno del pueblo. Que a su vez, al querer establecer la igualdad en las cosas que son de suyo desiguales (el igualitarismo), y la libertad, como hacer aquello que a cada uno se le ocurre (el liberalismo), termina en la anarquía, el desorden y la confusión de valores. Es entonces que el jefe del partido popular se apodera del mando, y surge así la tiranía. El gobierno de uno a través de las pasiones del tirano y no de la razón.
Platón sueña siempre con la restauración más que con la creación de un nuevo régimen de gobierno. Y para él, el mejor es el gobierno de uno, el del déspota ilustrado o el del monarca filósofo.
Todo esto lo sostiene en su diálogo de la República. Años después en El Político y, postreramente, en Las Leyes va a precisar que a falta de un déspota ilustrado nos veremos reducidos a reunirnos para escribir leyes, a agruparnos, ya sea entre varios (aristocracia) o si unos pocos desprecian las leyes (oligarquía), ya sea reuniendo a todo el pueblo en nuestro alrededor (democracia) o usando al pueblo (demagogia). La democracia es el menos bueno de los de los gobiernos buenos, pero el mejor de los peores, porque en él “no se puede hacer nada grande, ni en bien ni en mal, es impotente e incapaz de hacer nada serio, ni bueno ni malo”[3].
¿No me digan que no es actual? Por eso los clásicos son aquellos autores antiguos que tienen respuestas para las cuestiones de nuestros días. Y Platón ciertamente lo es.
Nuestras democracias contemporáneas son incapaces de hacer nada grande ni serio. Carecen de la idea de megalopsixía o grandeza de alma para encarar grandes cosas y proyectos. En el mejor de los casos administran los conflictos “ni para bien ni para mal”, para que sigan nomás sin mucho apremio intentando reducir la complejidad y que la conflictividad se desinfle por si sola.
[1] Aristóteles: Política, Libro VI, cap. I
[2] Esquilo: Los Persas, verso 242
[3] Platón: Político, 303 a 3.
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