El aumento de la tarifa eléctrica pasó a ocupar el centro de la escena mediática. La indignación de muchos ganó la calle. Usuarios enojados y la siempre parasitaria horda de oportunistas, tapizan los medios de comunicación.
Por Alberto Medina Méndez
La problemática de la energía es compleja. Tiene raíces profundas que explican lo que nos pasa en torno al tema. Su abordaje siempre se queda a mitad de camino.
La ficción
Las tarifas eléctricas, como las del resto de los servicios públicos en este país, fueron casi siempre reguladas por los gobiernos de turno, mucho más aún desde la crisis del 2001 en adelante.
El argumento de la emergencia económica, sentó las bases para que otra medida excepcional se convirtiera en eterna, como casi todo lo provisorio en estas tierras.
De la mano del congelamiento de tarifas llegaron, la desinversión y el desacople de una oferta inflexible y una demanda creciente que nos dejó nuevamente vulnerables.
Vivir en una ficción, tapar el sol con la mano, no resuelve los problemas. Los argentinos decidimos sumergirnos en esa fantasía. Oficialismo y oposición avalaron con acciones y omisiones ESTA forma de hacer las cosas. El populismo dio paso a lo "políticamente correcto". Después de todo, sugerir aumentos de tarifas hubiera sido impopular e iría a contramano de lo que pretende la comunidad. La política no comete semejante error.
La demagogia ganó una vez más. El poder, amparado en su obscena recaudación decidió subsidiar esa estructura artificial de precios. La gente así, aplaudiría. Ellos, los demagogos de siempre, cosecharían los frutos políticos de esta "simpática" decisión de no modificar tarifas en tiempos de evidentes procesos inflacionarios.
Tal cual lo previsto, un día "la caja" no soporta mas. Entonces llega el tiempo de que los subsidios lleguen a su fin y aquí estamos, con este abrupto incremento. El sinceramiento a medias no es mas que el impacto de retirar la tapa de esa olla que, oficialismo y oposición, decidieron sostener durante mucho tiempo. Ellos sabían cuales eran las consecuencias que se derivarían del final de la fiesta de la recaudación y el perverso efecto esperable de la devaluación. Sin embargo prefirieron este camino.
Estamos más cerca de la verdad en materia de precios. Decidimos vivir durante mucho tiempo una fantasía alejada de la realidad. Esa ficción construida por técnicos colaboracionistas e irresponsables dirigentes políticos, está llegando a su fin. Este repentino sinceramiento es MUCHO peor que aceptar el progresivo incremento que se hubiera derivado de acompañar los tiempos naturales de ese proceso.
La injusticia
Pero más allá del incremento de tarifas aun en progreso, que sigue lejos de transparentarse, existe otra arista no menos importante que es esencial en esta sensación de indignación popular.
Alguien decía que es fácil ser bueno, también lo es ser malo. Lo difícil es ser justo. Este concepto de justicia, de equidad es el que debería imperar en los ámbitos sociales y públicos.
Cuando se subsidia la tarifa de algunos usuarios y la de otros no, cuando se permite a algunos no abonar el costo sin interrumpirles el servicio mientras al resto no se les concede esa excepción, se cae en el pecado de la injusticia.
Cuando se establecen rangos caprichosos para que algunos paguen más porque consumen mucho, como si eso fuera un hecho repudiable, también somos injustos.
Cuando se paga mas en los hogares que en los comercios, o a la inversa, bajo el paraguas de querer fomentar o castigar a ciertos consumidores, tampoco somos justos.
El costo de la energía no debería distinguir a los usuarios, y mucho menos aún cuando se presenta como una prestación pública. Los privilegios, las supuestas formas de incentivar determinados consumos, solo logran corromper a la sociedad toda, fomentando una perversa creatividad para esquivar los controles, dando paso a una comunidad que se criminaliza invariablemente, consiguiendo que la transparencia desaparezca y abriendo paso a una corrupción masiva e incontenible.
Usuario clasificados de forma subjetiva, rangos de consumo fijados arbitrariamente, conjuntos de ciudadanos a los que se hace pagar para que otros no lo hagan con la complicidad política del poder, que incluye a oficialistas y opositores. Un sistema inmoral que pretende encontrar justificaciones para sus permanentes injusticias.
Lo pendiente
Alguna vez este país se animará a discutir la cuestión profunda. El monopolio en la administración de los servicios públicos, la pavorosa intervención del Estado en estos mercados, ha generado mucho daño, ha evitado que se genere competencia y que se recorran caminos alternativos en la búsqueda de soluciones más eficientes, más democráticas, menos corruptas. Las consecuencias están a la vista. Un servicio pobre, una oferta inflexible, desinversión crónica, sistemas de concesión sospechados de irregulares, organismos de control que son una utopía y que solo terminan siendo funcionales al sistema. La lista se completa con empresas ineficientes repletas de estructuras que han sido el botín de la política y un federalismo ausente que solo encarece los costos haciendo que paguemos fletes de transporte de energía cuando la disponemos mucho mas cerca. En definitiva un sistema, que siendo rechazado por la sociedad, no conforma a nadie, pero que persiste en el tiempo sin que reaccionemos para producir un cambio, un giro que nos devuelva nuevas oportunidades.
En este tema, como en tantos otros, nadie puede tirar la primera piedra. Los circunstanciales detentadores del poder tienen sus responsabilidades. Los opositores siguen sin proponer una idea diferente. Solo han sido capaces de criticar pero abonan a mejoras marginales que no resuelven las raíces del asunto. La sociedad toda sigue defendiendo sistemas que han demostrado ser inmorales e ineficientes. Muchos siguen creyendo en esa utopía del Estado justo, equitativo y eficiente. Tal vez sea tiempo de repensar estas premisas que nos siguen dejando atrapados entre la ficción y la injusticia.
Alberto Medina Méndez
Corrientes – Argentina
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