Para la autora de la nota, el discurso presidencial del 9 de Julio careció de coherencia y de humildad, por lo que no ganó la confianza de la gente.
Por Gabriela Azzoni
El principal efecto no deseado del discurso de Cristina Fernández de Kirchner, el 9 de Julio es la falta de credibilidad. ¿En qué se asienta esa carencia de crédito hacia las palabras presidenciales? Las razones las podemos encontrar analizando el discurso a partir del simple y clásico esquema lasswelliano (con una mínima modificación): ¿quién dice?, ¿qué dice?, ¿qué no dice?, ¿a quién?, ¿con qué efecto? y ¿de qué modo?
¿Quién dice? ¿Cómo asimilar la disociación entre la Cristina que conocemos: altiva, autoritaria, soberbia, intolerante y la "nueva": abierta, atenta al otro y predispuesta al diálogo a partir de un golpe de intuición moderado por una cuota de razón?
¿Qué dice? La presidenta desarrolla tres ejes -economía, democracia y sociedad- que tienen la particularidad de aparecer atravesados por una convocatoria al diálogo a distintos sectores de la sociedad y/o a todos los argentinos. ¿Podemos pensar -esta vez- que esta nueva convocatoria tenga alguna viabilidad si existen como antecedentes otras tantas que jamás pudieron concretarse en una mesa de debate?
¿Es factible que la esencia kirchnerista -propensa al monólogo y al solipsismo- se violente a sí misma tendiendo ahora sorpresivamente hacia la consideración del otro? El texto mismo da cuenta de algunas restricciones que entrarán a tallar al momento de buscar alguna avenencia: "… escuchando todas las propuestas y también siendo escuchado cuando se explican razones, números y en fin todo lo que puede constituir la pléyade de gestión que significa tomar decisiones todos los días."
¿Qué no dice? No hay mención explícita a lo ocurrido el 28 de junio. ¿Cuánto de sinceridad tiene la propuesta/compromiso si la Presidenta no reconoce el revés electoral como la fuente inspiradora de este supuesto cambio de actitud? Inconscientemente dice: "Nada es para siempre", pero obviamente no para hacer referencia al fin del kirchnerismo sino en alusión a la democracia en general a partir de lo ocurrido en Honduras. De este modo prima la necedad o la presunción ante la realidad adversa.
La Presidenta tampoco hace referencia a la agenda para sentarse a negociar y acordar. Esto no es menor debido a que hay temas muy críticos como el Indec, los superpoderes o los decretos de necesidad y urgencia cuya corrección o eliminación hacen a la calidad institucional por la que dice velar la mandataria. Por lo tanto ¿cuán "serio, constructivo, responsable, realizable" será un diálogo que no aborde estos aspectos?
¿A quién? En este punto existe el riesgo de que los verdaderos destinatarios del mensaje del 9 de Julio sean los argentinos en general -que en realidad no tienen voz ni voto- y no los actores políticos y económicos con verdadera incidencia en las decisiones. Si esto ocurriera estaríamos ante una gran puesta en escena. Llegado el momento, también será importante comprobar quiénes serán los interlocutores de parte del gobierno que se encontrarán -para escuchar y ser escuchados- con los representantes de los distintos sectores de la sociedad.
¿Con qué efecto? ¿Hay un verdadero cambio de actitud por parte del gobierno? ¿Una derrota electoral -no reconocida, además, en su verdadera dimensión ni explicitada en el discurso- puede operar en el matrimonio presidencial una metamorfosis tal? ¿Han quedado definitivamente en el pasado los modos autoritarios y excesivamente personalistas? ¿Va a ser realmente considerada la perspectiva del otro o seguirá en vigencia el monólogo endogámico?
¿De qué modo?
En el discurso de la presidenta prevalece la autopublicidad a modo de agobiante retahíla de cifras que no significan nada en la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos. Este autoelogio hace "ruido" cuando se está llamando al diálogo, cuando se está prometiendo escuchar al otro. Por otra parte CFK -lejos de reconocer alguna falencia o cuestionamiento- niega, sin saber quizás que la negación es un recurso impuesto por la censura para poder hacer la afirmación.
La confianza de la ciudadanía no se gana con elocuencia vana y demagógica -cargada de promesas inviables y oportunistas- sino con coherencia, moderación, humildad y con acciones concretas que procuren verdaderamente la consecución del bien común.
Gabriela Azzoni - Especialista en Discurso Político
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