En estos días, Argentina debate la permanencia en el cargo de un funcionario del gobierno nacional, que parece ser no solo muy influyente sino también poseedor de un gran respaldo político.
Por Alberto Medina Méndez
La circunstancia, anecdótica por cierto, pone nuevamente en el tapete, algo que podemos denominar como “la leyenda de los entornos”.
Entorno, es esa palabreja que muchos ciudadanos del mundo, han utilizado para construir una historia bastante alejada de la realidad. Los ENTORNOS pasaron a ser la perfecta justificación de muchos de los males que nos aquejan como sociedad.
Hemos inculpado mágicamente a esos hombres que pululan en las sombras del poder. Algunos de ellos son funcionarios, otros solo asesores y a veces simples personajes que merodean los pasillos de las oficinas gubernamentales.
Ellos, según esta visión, influyen de modo considerable en la mente de los líderes, los hacen hacer cosas abominables, inaceptables, utilizando perversas estrategias y manipulándolos a su arbitrio.
Esta ingenua e infantil mirada de los acontecimientos, funciona como una manera de exculpar de responsabilidades al “bondadoso mandamás” que nada tiene que ver con muchos de sus colaboradores y sus detestables prácticas.
Es que, bajo esa forma de ver la política, el trabajo inconfesable lo hacen esos “monjes negros” que componen el peligroso grupo que merodea al líder, minimizando de esa manera, su responsabilidad frente a las brutales consecuencias del accionar de los siniestros personajes que lo rodean.
Esa caricatura de la realidad, intenta eximir al caudillo, de las verdaderas responsabilidades que le son propias. Es que se puede delegar la tarea pero jamás la responsabilidad. Si a un dirigente se le escapa de las manos la actitud, el estilo, la acción o las consecuencias de sus colaboradores, pues no está en condiciones entonces de dirigir nada.
Es que no hablamos del funcionario que comete un error, ni tampoco de la perfección como ambición ciudadana. Se trata de ese viejo mito que dice que ciertos sujetos que no fueron electos por la voluntad popular, terminan controlándolo todo.
No resulta creíble, no se puede defender esa idea con consistencia. Los hombres y mujeres que llegan al poder lo hacen por una combinación de factores que se conjugan en forma simultanea, pero subestimar su inteligencia seria un error a todas luces.
Aceptar la historieta de que los líderes políticos son “prisioneros” de su entorno es suponer también que no son suficientemente inteligentes, o que no tienen el carácter necesario para ocupar el puesto que han alcanzado en una carrera que corren muchos pero que pocos consiguen.
Por la vía de la excepción, podemos reconocerlo, pero no como una regla que aplicamos a todos y siempre. Es que esa teoría, instalada fuertemente en la opinión pública, es demasiado piadosa con la política y sus protagonistas.
Esa concepción, pretende sostener, que el líder es honesto, bien intencionado, capaz, visionario, pero que, por error, ha decidido rodearse de gente inadecuada que tira por la borda todas sus virtudes, boicoteando sus sanas motivaciones.
Si un dirigente no sabe seleccionar eficientemente a los miembros de su equipo, estamos frente a una de las peores falencias que pueda exhibir su condición de conductor. Es que justamente su rol de orientador, de jefe, de líder, supone la presencia de ese atributo clave para desempeñar su función.
Pero esta leyenda de los entornos, construida tan burdamente, tal vez deba tener su explicación en que la clase dirigente, PRECISA de “instrumentos” de gente que haga la “tarea sucia”, de cajeros, apretadores y negociadores. En definitiva, se trata de una necesidad del líder, en la que no es victima de su entorno, sino generador del mismo.
Elige minuciosamente a cada uno de sus colaboradores, y más allá de algunas torpezas, es justamente aquello por lo que se los critica lo que explica que hayan sido convocados para la tarea, justamente esas personas.
No son entornos por error, sino perfectamente pensados, estratégicamente diseñados y con un reclutamiento profesional que implica arrastrar a sus mas leales amigos y a sus eternos seguidores, para cumplir las funciones mas complejas y menos confesables.
No es cierto que el entorno maneje al capanga de turno. En todo caso, si eso fuera cierto no estamos frente a un conductor, sino a un manipulable personaje controlado por seres mas inteligentes que él, que pueden lograr que haga lo que no podrían hacer por si mismos.
En esta historia, el caudillo político no es un espectador. En todo caso es el director de la orquesta. Creer que es una victima de sus circunstanciales entornos es no entender la música y comprar, una vez más, la “leyenda de los entornos”
Alberto Medina Méndez
Corrientes – Argentina
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