lunes, 8 de junio de 2009

La OEA y el enemigo en casa

Es razonable que los países de las Américas tengan una plaza diplomática en la que encontrarse para examinar los asuntos comunes. Eso, aparentemente, es la OEA, pero hay que admitir que la institución nació en 1948 como una trinchera de la guerra fría.

Por Carlos Alberto Montaner

Hasta ese momento a Estados Unidos no le interesaba demasiado discutir colectivamente con la veintena de naciones latinoamericanas. Para Washington era mucho más fácil entenderse bilateralmente con cada una de ellas.

Tras la Segunda Guerra Mundial el panorama era diferente. Ya a fines de 1944, todavía sin concluir el conflicto, las tropas británicas habían tenido que desalojar a los comunistas de Atenas a tiro limpio. Con una mano peleaban con los nazis y con la otra con los ''aliados'' marxistas-leninistas. En 1947, sin duda, la guerra fría había estallado ruidosamente. Para Harry Truman (y para Stalin, desde la perspectiva contraria) el peligro era obvio: tras el espasmo imperial de la URSS en Europa y el avance de los comunistas en China, resultaba inevitable el enfrentamiento por la hegemonía planetaria entre las democracias capitalistas y las dictaduras colectivistas. Según los teóricos del Kremlin, se acercaba el minuto de ''la lucha final'' que anuncia el pegajoso himno de La internacional.

Washington y Moscú comenzaron a afilar los sables y a cavar trincheras. La URSS tenía una estrategia de conquista muy bien aceitada desde la era de Lenin y contaba con la valiosa colaboración de los comunistas locales. Estados Unidos, rápidamente, comenzó por organizar la defensa de América para resguardar su propio territorio. En 1947 reunió en Río de Janeiro a los países latinoamericanos para firmar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), versión modesta de lo que pronto sería la filosofía clave de la OTAN: todas las naciones responderían conjuntamente si una de ellas fuera atacada. Un año más tarde, en abril de 1948, se forjaba la OEA en Bogotá. Sin proclamarlo abiertamente, era el foro político y diplomático destinado a concertar la defensa frente a los embates de la URSS. Naturalmente, los grandes escenarios de batalla eran Europa y Asia, pero el presidente Truman no quería descuidar el campo americano.

Finalmente, en noviembre de 1989 fue derribado el muro de Berlín y, un par de años más tarde, con la disolución de la URSS y la desaparición del bloque comunista europeo, concluía la guerra fría. Estados Unidos y sus aliados la habían ganado y tenían que adaptarse a la cómoda hospitalidad de un mundo nuevo y diferente en el que la sociedad americana, por primera vez en su historia, no parecía afrontar ningún enemigo externo que pusiera en peligro su seguridad o amenazara su pasmosa vitalidad económica.

Como parte de esa nueva etapa vino el rediseño de la OEA. La institución ya no tenía sentido como trinchera anticomunista (nunca lo tuvo, realmente) y había que buscarle un nuevo rol: serviría para afianzar el comportamiento democrático y la defensa de la economía de mercado, más o menos como hacían las naciones del viejo continente dentro de la Unión Europea con los llamados Criterios de Copenhague y los Acuerdos de Maastricht. Era el fin de la historia: no había más opciones que la democracia liberal y el mercado.

Vana ilusión. Es una coincidencia casi borgiana que la firma de la Carta Democrática que redefinía y precisaba el perfil político de los países miembros de la OEA se firmara en Lima, precisamente el 11 de septiembre de 2001, el día en que los terroristas de Al Qaida atacaban New York y Washington. Súbitamente, había terminado el breve periodo de hegemonía estadounidense sin enemigos. Otra vez la seguridad norteamericana estaba bajo amenaza.

¿Y la OEA? Curiosamente, ya no les sirve a los intereses políticos o estratégicos de Estados Unidos. Está muy influida por la corriente de lo que llaman el ''socialismo del siglo XXI'' acaudillada por Hugo Chávez bajo la dirección de los hermanos Castro y el control de los servicios secretos cubanos. ¿En qué consiste? Es una familia política militantemente antioccidental, aliada a todos los enemigos de los intereses y valores de la sociedad norteamericana --Irán, Corea del Norte, Bielorrusia, las FARC colombianas--, convencida de que tiene como sagrada misión histórica recuperar la causa traicionada por los decadentes comunistas europeos cuando disolvieron la URSS y abandonaron la lucha por un planeta más justo dominado por las ideas marxistas. Es el mismo socialismo del siglo XX, pero con poncho y en alpargatas.

Ahora, ¿qué va a hacer Estados Unidos frente a este nuevo reto de ''baja intensidad''? Cruzarse de brazos no suele ser una postura habitual norteamericana. Sin embargo, cualquier estrategia que decida poner en marcha en defensa de sus intereses y principios frente al socialismo del siglo XXI tiene que partir de una melancólica convicción: la OEA ya no les sirve para nada. Tienen al enemigo en casa.

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