Al criticar la decisión de las empresas sobre sus fondos en el exterior, Kirchner olvida que él expatrió US$ 500 millones de Santa Cruz
Si Néstor Kirchner no fuera el presidente de facto del país poco importaría su manía por descalificar a quienes contradicen sus ideas, que no son siempre las mismas. Pero en la plenitud del ejercicio abusivo de facultades presidenciales exorbitantes que el Congreso ha delegado en el Poder Ejecutivo, ha proseguido y, sin dudas, aumentado el tono polémico y los arrestos recriminatorios contra cuantos tienen alguna propuesta diferente a la de sus volátiles antojos.
La diatriba, en general con munición gruesa, ha sido disparada contra los medios de comunicación independientes, la Iglesia, el campo, organismos internacionales? y ahora contra la industria argentina.
En la mejor tradición del fascismo de imputar una falsedad mil veces hasta que quede registrada con aire de verdad inapelable, Kirchner y el reducido grupo de sus corifeos ha batido hasta el cansancio el parche de que hay una voluntad "destituyente" en ciertos sectores del país.
Sin duda que una parte considerable del país quisiera erradicar el estilo de crispación y enfrentamiento permanente que los dos últimos gobiernos han procurado introducir en las prácticas cívicas cotidianas, pero así también nunca, como ahora, ha habido una decisión tácita tan firme entre los argentinos de contribuir a que quienes han sido elegidos por decisión popular concluyan en término los respectivos períodos constitucionales.
La aparatosa denuncia de que los productores agropecuarios han cambiado "los tanques por los tractores" es no solamente insultante y burda; es, también, anacrónica, propia de quienes no habiendo vivido a pleno el tiempo de tempestades de los años setenta procuran ahora recrearlo poniendo a la historia a su servicio y presentándose a sí mismos como actores de lo que no fueron.
Eso se parece bastante a la insólita denuncia hecha contra Techint. Se ha convertido ésta, inesperadamente, en el último objetivo de la sinrazón persecutoria de los Kirchner. Le imputan a Techint haber dejado en el exterior los 400 millones de dólares cobrados a cuenta de la suma que corresponde a esa empresa internacional argentina por el despojo de Sidor a manos del régimen de Hugo Chávez.
¿Acaso puede desconocerse que la política oficial en vigor amedrenta a mucha gente que querría invertir en el país si cambiaran las condiciones objetivas que el propio Gobierno ha ido haciendo cada vez más hostiles?
Además, ¿qué autoridad tienen para formular objeciones de aquella índole quienes sacaron de la Argentina los 500 millones de dólares que la Nación envió a Santa Cruz por regalías petrolíferas si todavía están debiendo suficientes explicaciones sobre el derrotero y la suerte seguida por esa suma, los intereses y las comisiones que por ella debieron haberse devengado?
Se carece aún de una explicación convincente sobre el porqué de las reacciones gubernamentales contra un grupo industrial de la significación de Techint, cuya opinión sobre el Gobierno distó por largo tiempo de ser lo crítica que han sido las de otras empresas del país. Es sabido que la gravitación de Techint sobre la política de la Unión Industrial Argentina y la integración de sus cuadros directivos es grande.
Ha tenido razón el ex presidente en quejarse por los desmadres que algunos productores agropecuarios han cometido en diferentes lugares del país contra candidatos del oficialismo. Lo objetable es que haya dicho que "cuesta creer" que esos hechos pudieran haberse producido. ¿Se olvida, acaso, que desde los primeros días de su instalación en la Casa Rosada fueron atacadas empresas como Shell y que algunos de sus seguidores y funcionarios fueron denunciados hasta por producir un incendio y destrozos en una comisaría, sin que el Gobierno hiciera nada por desalentar tamañas tropelías?
Si también en esta materia Kirchner quiere asumir ínfulas pedagógicas que, por lo menos, lo haga haciéndose cargo de la propuesta de José Manuel de Estrada. Decía el gran catedrático que el mejor maestro no es el que predica con las palabras, sino con el ejemplo de los hechos.
Editorial La Nación
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