Vibrando de rectitud, Néstor y Cristina, acompañados por sus fieles, están procurando erigirse en defensores férreos de la convivencia pacífica y pintar a la oposición como una manga de golpistas destituyentes que sólo saben tirar huevos y cubrir de insultos soeces a ciudadanos patrióticos y solidarios.
Por James Neilson
En última instancia, todo depende de quién escracha a quién. Cuando sólo se trataba de bandas de "luchadores sociales", de personas supuestamente comprometidas con la defensa de los Derechos Humanos o de los que se afirmaban horrorizados por lo hecho por aquellos neoliberales odiosos en los tétricos años noventa y, peor aún, los setenta, tanto Néstor Kirchner y su esposa como sus simpatizantes progre asumían una postura comprensiva ante lo que tomaban por una manifestación legítima del enojo popular. Daban a entender que en su opinión era lógico que las víctimas de la injusticia institucionalizada atacaran a sujetos que, a pesar de la gravedad de sus crímenes, aún disfrutaban de libertad y de la protección que les brindaba la legalidad burguesa. Asimismo, por lo de "yo o el caos", los Kirchner querían que sus adversarios de ideas "derechistas" sintieran miedo de lo que podría sucederles si el gobierno kirchnerista se viera desbordado por el pueblo justiciero, razón por la que no se les ocurría impedir que sus amigos piqueteros convirtieran esporádicamente el centro de la Capital Federal en un aquelarre.
En aquel entonces, quienes señalaban que la metodología del escrache era fascista se veían acusados de ser fascistas ellos mismos. Pero los tiempos han cambiado. Puesto que últimamente los practicantes principales del escrache no son jóvenes izquierdistas o desocupados sino chacareros enfurecidos, los Kirchner se han transformado en los críticos más fervorosos de aquella forma sumamente desagradable de opinar. En efecto, vibrando de rectitud, Néstor y Cristina, acompañados por sus fieles, están procurando erigirse en defensores férreos de la convivencia pacífica y pintar a la oposición como una manga de golpistas destituyentes que sólo saben tirar huevos y cubrir de insultos soeces a ciudadanos patrióticos y solidarios.
De tomarse en serio la retórica oficialista, aquellos chacareros santafecinos que se ensañaron con el diputado kirchnerista Agustín Rossi y sus congéneres bonaerenses que maltrataron al gobernador eventualmente testimonial Daniel Scioli son soldados de un ejército muy similar al encabezado en 1976 por el general Jorge Rafael Videla. Sólo "cambiaron los tanques por tractores", bramó Néstor, reiterando así el concepto que en boca de Cristina hace apenas un año tanto contribuyó a la demolición del capital político que había acumulado la pareja a partir de mayo del 2003. El ex presidente cree que en esta ocasión lo ayudará a recuperarlo, de ahí la decisión de resucitar el tema y de hacer de él el eje de su discurso proselitista.
Acaso no se haya equivocado por completo: aunque a esta altura es nula la posibilidad de que los Kirchner logren ingeniárselas para restaurar la "hegemonía" irremediablemente perdida, machacar sobre la agresividad que atribuyen al campo podría permitirles aumentar por algunos puntos el caudal electoral oficialista. Por motivos comprensibles, amplios sectores de la población temen que la violencia política siga intensificándose con consecuencias nefastas para el país. Táctico hábil, luego de dedicarse a sembrar miedo Néstor se ha propuesto apropiarse del papel de garante máximo de la paz.
Es innecesario decir que molesta mucho a los adversarios de los Kirchner el descaro con el que los dos están intentando aprovechar en beneficio propio el deseo colectivo de disfrutar de tranquilidad. Después de todo, los santacruceños reciclados en bonaerenses son los grandes responsables de encrespar a medio mundo, algo que han hecho denostando con virulencia insólita a quienes se niegan a rendirles pleitesía, interpretando la realidad de manera grotescamente maniquea, ubicando la actualidad en un pasado miserable que para buena parte del electorado es casi prehistórico al aludir una y otra vez al malhadado proceso militar como si a su entender no hubiera más alternativa a su "modelo", "proyecto" o lo que fuera que una reedición de la dictadura de treinta años atrás, y, desde luego, advirtiéndonos que si sus listas preferidas pierden, el país se precipitará en "la ingobernabilidad", o sea, en la anarquía con toda seguridad sangrienta. Y como si todo esto no fuera suficiente, durante años los Kirchner han respaldado, con palabras, dinero y cargos en su gobierno, a los máximos exponentes de lo que últimamente se han puesto a condenar. ¿Una contradicción? Claro que sí, pero para un político en campaña tales pormenores carecen de importancia.
Conscientes de estar frente del peligro de caer en la trampa que les ha tendido un político astuto que, haciendo gala de un grado de flexibilidad que es digno de un contorsionista de circo, ha sabido adaptarse a las circunstancias, los dirigentes opositores están procurando convencer a la ciudadanía de que ellos, no los Kirchner, son los amantes verdaderos de la paz y por lo tanto contrarios por principio a los ataques ad hominem, sobre todo cuando se ven acompañado por huevazos y tomatazos. También han agregado sus voces al coro desaprobador los generales del estado mayor del campo, es decir, la Mesa de Enlace, aunque, desgraciadamente para él, desentonó el titular de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, al cometer el error de decir que "comprendió" la ira de los chacareros aunque él personalmente nunca soñaría con escrachar a nadie.
Tal actitud, idéntica a la de Néstor, Cristina y sus amigos frente a los piqueteros, los escrachadores que hostigaban a militares y a personas que según ellos comulgaban con la dictadura, los militantes antiuruguayos de Gualeguaychú y otros, dio a los Kirchner una oportunidad espléndida para tratar a Biolcati como un monstruo militarista resuelto a convertir el país en un gran campo de concentración y que, con perversidad apenas concebible, quería que la Argentina volviera a ser "el granero del mundo", una catástrofe que la pareja gobernante está bregando por mantener a raya.
Por supuesto que el país no tiene ninguna necesidad de elegir entre ser el "granero" planetario y desarrollar otros sectores económicos porque, como los brasileños nos están recordando, no es cuestión de una cosa o la otra ya que es perfectamente posible tener ambas, pero para los Kirchner el campo es el enemigo a batir y, con la ayuda de la naturaleza, están procurando destruirlo. Desgraciadamente para todos, con la eventual excepción de Néstor y Cristina que están ganando su yihad contra el campo, en este ámbito el Gobierno ha resultado ser un dechado de eficacia: puede que dentro de poco, la Argentina se vea obligada a importar carne, trigo y leche.
Los líderes de la oposición, este aglomerado amorfo que incluye a conservadores, liberales, progresistas, izquierdistas, radicales, peronistas, ruralistas y una proporción creciente de los empresarios, no han podido disimular el desconcierto que sienten por el giro que ha tomado la campaña. No ven sus propias facciones en la caricatura feísima dibujada por el hombre fuerte del gobierno formalmente encabezado por Cristina pero temen que sí resulte convincente a la gente de los "cordones" del Gran Buenos Aires, donde, según se informa, abundan los virtualmente analfabetos que viven en un mundo de fantasía en que, entre otras cosas, Néstor sigue siendo el presidente de jure.
Con desesperación, los preocupados por la evolución de las encuestas piden que se celebren debates realistas sobre la situación en que se encuentra el país y los desafíos que le planteará el próximo futuro. Por motivos evidentes, los Kirchner no tienen la más mínima intención de complacerlos. Sabedores de que en el cuarto oscuro las imágenes de los distintos candidatos importan más que los hechos y que nadie, ni siquiera el intelectual más sofisticado, decidirá su voto sobre la base de un análisis frío de los méritos comparativos de las diversas propuestas, Néstor y Cristina continuarán proyectando la película retro en que a ellos les corresponde el rol de los defensores heroicos del pueblo y a Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Elisa Carrió, Eduardo Buzzi, Biolcati y compañía el de militares disfrazados de civiles resueltos a aplastar bajo sus tanques -o sus tractores, da igual- la resistencia popular.
Aunque los políticos opositores se han dado cuenta de que los escraches protagonizados por chacareros furibundos pueden costarles votos en el conurbano profundo y otros lugares, sus aliados rurales no están dispuestos a abandonar por completo la violencia simbólica, ya que a su juicio es preciso que sus compatriotas entiendan que tienen motivos de sobra para protestar contra el gobierno de los Kirchner con algo más que declaraciones fogosas. Por lo tanto, dicen que seguirán organizando "tractorazos, bocinazos, entrega de petitorios y toda otra forma democrática". Tales modalidades están a media distancia entre los escraches excesivamente personalizados y los cacerolazos más difusos, si bien siempre antigubernamentales, que suele celebrar la clase media toda vez que se siente agredida por el poder de turno. ¿Son "democráticas"? Es de suponer que sí, aunque el que los representantes de un sector tan fundamental como el campo se hayan sentido obligados a hacerse oír de forma tan ruidosa, y tan propia de minorías marginadas, es una señal inequívoca de que el funcionamiento de las instituciones democráticas en la Argentina deja mucho que desear.
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