El hijo de Hugo del Carril desea impedir que los seguidores del dúo presidencial argentino canten la famosa "marchita" interpretada por su padre. Asegura que los kirchneristas no son peronistas.
Por Juan Salinas Bohil
Por ahí anda la preocupación de muchos porque Felipe Solá da clases televisivas acerca de quién puede -según las veinte verdades del credo- incorporarse al peronismo. Estamos, como se ve, en plena campaña electoral, tiempo en el que en pos de un voto la intelectualidad transpira, el músculo duerme y la ambición descansa. Y pensar que hay quienes traen publicistas del exterior. Para qué si aquí los hay a montones.
Esta preocupación reciente quedará juntando herrumbre en el archivo como la guerra mediática que libraron ayer nomás los defensores y detractores del Padre Grassi por niños asentados en uno de los hogares que supervisa el sacerdote. Las cosas son así. Un día, un par de días, a lo sumo una semana, la información estatal-privada manipula las noticias en un todo de acuerdo con los planificadores del ministerio de la Desinformación y concentra todos sus esfuerzos en determinado hecho. Después el silencio y a buscar qué pasó en la caja negra de la desinformación. Si el operativo resulta fallido, bien puede ser compensado con un par de violaciones, la búsqueda de un asesino serial virtual, pedófilos en acecho, la toma de rehenes por un grupo de encapuchados que nunca mostrarán al gran público televisivo sus rostros, la corrupción de la década menemista, el golpe del 55 o, agotados los recursos, se disparará el último cartucho que nunca falla hacia la aparición de ovnis o el Chupacabras.
Con mucho que decir, Gobierno y oposición hablan de todo. Algunos gritan y amenazan: Néstor Kirchner y Alfredo de Ángelis son algunos de ellos. Otros ruralistas han pasado a la acción directa. Juegan, es evidente, por circunstancias que se desconocen, para el Gobierno, al que muestran como víctima en una jugada compartida para que gane apoyo en sectores de la clase media no comprometida con ideologías ni partidos políticos. Deberían explicarse el porqué de los desbordes: ya se sabe que si algo necesita aclaración, no sirve.
Han amainado cierto tipo de análisis que hablaban de una derrota del Gobierno y la pérdida de sus mayorías en las dos Cámaras del Congreso en la elección del 28 de junio. Ni poco ni demasiado. El oficialismo nacional y bonaerense ha puesto todo el peso estatal en su provecho contra nada o muy poco de sus opositores y remontó la cuesta, pero de aquí a fin de mes pueden pasar muchas cosas. Que Chávez haya viajado miles de kilómetros hasta el fin del mundo para hablar con el dúo presidencial y que Clinton haya arribado a Buenos Aires entre otras cosas para decir "Argentina es uno de mis países favoritos", no es poco porque visitas son visitas.
Pero lo mejor de la semana fue la reunión entre legisladores nacionales y empresarios en la que estos últimos manifestaron que de acuerdo a la información que obra en su poder, Chávez está implementando en Venezuela un proyecto socialista. Esta afirmación nos llena de sorpresa porque no estábamos al tanto. Después, los empresarios se reunieron con distintas agrupaciones de la oposición para comprobar lo endeble de sus propuestas económicas.
Hace tiempo que conocen los lectores de CORREO DE BUENOS AIRES que este editorialista tiene formada su opinión -muy desfavorable, por cierto- de ese dictadorzuelo democrático que necesita de la protección del cardumen de sus iguales. Ese socialismo, como el que aquí impera en todos los partidos políticos, no debería preocuparnos mayormente pero como es internacionalista corresponde entender que todo izquierdista tiene el inexcusable deber de exportar su revolución: "Un Caracas, dos Caracas, tres Caracas, muchos Caracas", de ahí su peligrosidad para con nosotros.
Por otra parte, hemos dicho que a la llamada oposición no suele caérsele una sola idea del bolsillo: mucho menos económica. De manera que, al modelo actual debe oponérsele otro que aún está por crearse y cuyos intelectuales y guías deben ser los propios empresarios como motor de la nación. Pero eso sólo podrá ser posible al mejor estilo de la filósofa Any Rand cuando adviertan que para producir necesitan autorización de quienes no producen nada.
Correo de Buenos Aires
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