domingo, 14 de junio de 2009

La campaña más sucia de la nueva democracia

La dirigencia política (el Gobierno, sobre todo) ni siquiera reconoció el límite que impedía de hecho mezclar la competencia electoral con el tráfico de drogas. Ese confín nunca se había traspuesto hasta ahora.

Por Joaquín Morales Solá

Estamos en un avión en emergencia y el piloto cree que volamos en cielo limpio. Necesitamos ayuda. Un ministro importante del gobierno de los Kirchner le habló en esos términos a un hombre que suele acceder al matrimonio presidencial. El avión en emergencia no es otra cosa que la elección bonaerense. Pocas horas antes, Néstor Kirchner se había metido, con el cuerpo y con el alma, en la campaña electoral más sucia desde 1983. La dirigencia política (el Gobierno, sobre todo) ni siquiera reconoció el límite que impedía de hecho mezclar la competencia electoral con el tráfico de drogas. Ese confín nunca se había traspuesto hasta ahora.

La causa contra Francisco de Narváez es, según Elisa Carrió, una operación (fascista, la llamó) armada por los mismos espías de los servicios de inteligencia estatales que en su momento arruinaron la elección de Enrique Olivera. Carrió suele dar hasta el nombre del jefe de esos espías. Esa información fue confirmada por tres fuentes que conocen los secretos del oficialismo. Carrió también le reclamó a De Narváez que hiciera algunas aclaraciones. ¿Por qué comparte el mismo abogado, Mariano Cúneo Libarona, con el "rey de la efedrina", Mario Segovia?, preguntó, por ejemplo.

Conviene hacer una aclaración: Cúneo Libarona no es abogado personal de De Narváez ni firmó ninguna de sus presentaciones ante la Justicia por este caso. Su abogado es Alejandro Carrió, hijo de Genaro Carrió, primer presidente de la Corte Suprema en los tiempos de Raúl Alfonsín, y primo lejano de la propia Elisa Carrió.

La causa del juez Federico Faggionato Márquez está poblada de truhanes de módica calidad, capaces de decir cualquier cosa a cambio de muy poco. Penalistas de renombre han sacado esa conclusión luego de revisar el expediente por razones ajenas al escándalo actual. Sin embargo, y aun cuando hubiera indicios ciertos que apuntaran contra De Narváez, un juez serio habría hecho todo lo contrario de lo que está haciendo el magistrado. Habría esperado el final de las elecciones para poder avanzar en la investigación sin el pataleo y la polémica que provoca la propia campaña.

Al revés, los abogados de De Narváez no descartan que Faggionato Márquez decida la comparencia del diputado llevado por la fuerza pública. El juez podría tomar esa decisión mientras la Cámara de San Martín resuelve su propia recusación. La condición de legislador de De Narváez le impide ir preso, pero no lo protege de una comparencia compulsiva ante la Justicia en calidad de imputado. El escándalo aumentaría exponencialmente si la policía lo tomara del brazo al candidato que está en condiciones de derrotar personalmente a Kirchner.

Fuentes inobjetables revelaron que Faggionato Márquez suele moverse entre oscuros operadores oficiales en la Justicia. Son personas desconocidas por la opinión pública y por la mayoría de los políticos, que hacen las veces de puente entre el Gobierno y muchos jueces. Algunos de esos hombres, ciertamente influyentes, ocupan cargos en organismos de control del Estado en nombre del kirchnerismo.

El escándalo argentino provocado por políticos que se acusan de vinculaciones con el tráfico de drogas ha recorrido ya buena parte del mundo. ¿Cómo se explicará luego que supuestos traficantes de drogas pudieron llevar un candidato hasta la cima de desafiarlo a Kirchner y colocarlo a éste ante el riesgo del descalabro político? ¿Qué país gobernarán después del 28 de junio? ¿Quién confiará en los dirigentes argentinos y en la propia Argentina?

Hay vinculación entre la política y la droga, cómo no, pero creíamos que esos nefastos trapicheos se encerraban en los suburbios de la política. Ahora, la dirigencia acaba de meterlos alegremente bajo las luces del principal escenario político.

La sospecha oficial lanzada contra De Narváez choca, incluso, contra la propia política oficial con respecto de las drogas. El ministro de Justicia, Aníbal Fernández, presionó públicamente a De Narváez en los últimos días para que se enfrente con los jueces por el caso de la efedrina. Fernández sostuvo siempre, contra la opinión de otros funcionarios oficiales, que el tráfico de drogas no es un problema relevante en la Argentina. ¿Cómo sostener la tesis, sin caer en la contradicción, de que ese problema no es importante, pero que, al mismo tiempo, el negocio de la droga habría encumbrado al candidato opositor más importante de esta campaña?

De Narváez tiene un deber de agradecimiento con Kirchner. La verdad es que el diputado se había quedado sin agenda electoral veinte días antes de las elecciones. La inseguridad pública lo encaramó, pero también le había marcado un techo. Parecía no encontrar salida. Kirchner se había convertido, a su vez, en el centro de la campaña electoral. El ex presidente colocaba y sacaba los temas de la discusión política. Decidía también, casi sin obstáculos, si debía aparecer el Kirchner verídico y crispante, o el Kirchner sosegado y bueno.

Las últimas encuestas lo sacaron de quicio al ex presidente. Su triunfo personal en Buenos Aires no estaba garantizado, ni lo está ahora, y eligió hacer lo único que no debía hacer: ungirlo a De Narváez como su principal y excluyente contrincante. Kirchner es así: su temperamento pudo siempre más que su inteligencia política. Gracias a Kirchner, más que a sus propios méritos, De Narváez se sorprendió con la novedad de que está otra vez, ganador, en el centro de la escena. Ahí lo puso Kirchner, cuando las encuestas señalan que la brecha entre el diputado y el ex presidente se podría haber ampliado a favor de De Narváez por obra del escándalo. Sólo un hombre que siempre contó con la ayuda de la suerte política, fatalmente transitoria, puede cometer tantos errores cuando la fortuna lo abandonó.

Julio Cobos se coloca siempre en el otro extremo de donde está Kirchner. Lo recibió, se fotografió y se solidarizó con De Narváez. Sabe que las encuestas lo seguirán halagando si corporiza la refutación del líder que se eclipsa. Cobos estaba mirando, en efecto, a Kirchner, pero los radicales y Carrió creyeron que los estaba abandonando a ellos. La alianza no peronista está sufriendo en la provincia de Buenos Aires los efectos adversos de una polarización extrema entre propuestas peronistas. Es cierto. Pero la culpa no la tiene Cobos.

Algunos radicales calificaron de inoportuno al vicepresidente y Carrió le asestó, como es su estilo, calificativos más agresivos. Cobos no abandonó a los radicales: antes de reunirse con De Narváez había recibido al candidato porteño Ricardo Gil Lavedra (al primero que le dio una mano) y mañana o el martes se verá con Ricardo Alfonsín. Carrió puede tener razón cuando subraya que los militantes bonaerenses quedaron paralizados cuando vieron juntos a Cobos y De Narváez. Pero ¿no forma parte eso de una cultura, instaurada por Kirchner, en la que el natural diálogo entre políticos es una despreciable complicidad?

El jefe del bloque radical de senadores, Ernesto Sanz, antiguo adversario de Cobos en Mendoza, dio la definición más novedosa: La política debe acostumbrarse a que sus dirigentes necesitan libertad, autonomía e independencia. Cobos y Carrió no se quieren y siempre sobresale entre ellos la tensa competencia por la candidatura presidencial de 2011. Es un duelo fascinante. Carrió es una antagonista frontal, infatigable, casi heroica, como se define ella misma. Cobos es un paciente jugador de ajedrez; sólo necesita mover una pieza en el momento oportuno para enloquecer el tablero.

Con el mismo estilo, Cobos ya atormentó, y atormenta, a Kirchner, para quien la razón política sólo aparece, vagamente, cuando ya le dio todos los gustos a la fogosidad de su naturaleza. En esa exaltación de su carácter está inscripta también una campaña en la que todo vale.

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