Más que el frenesí que se produce por los actos electorales, la clave debe verse en la contribución diaria de cada uno para que se lo respete en sus derechos inalienables. Solo así nuestro país volverá a estar a la vanguardia de las naciones civilizadas.
Por Alberto Benegas Lynch (h) *
Nuestros empleados del gobierno -que lamentablemente no actúan como tales- nos han dicho que si en las próximas elecciones legislativas no retienen las mayorías, el sistema democrático corre peligro. No se sabe de donde sacan una concepción tan atrabiliaria de la democracia ya que es natural y reiterado en muchos lares que los gobernantes deban conciliar con la oposición para la sanción de normas que permitan la adecuada administración de la cosa pública. Esa es parte de la idea del fraccionamiento, dispersión y el control del poder. No hay nada novedoso al respecto. Más aún, pude decirse con propiedad que allí donde se resuelven las cosas a mano levantada y votando en bloque, sin debate ni reflexión meditada, donde los así llamados legisladores operan como autómatas genuflexos, en esas circunstancias queda en el camino un aspecto medular de la democracia. Si a eso se agrega que el Congreso abdica de sus funciones centrales de contralor de la hacienda pública que delega en el Poder Ejecutivo, la situación se aleja todavía más de los ideales democráticos ya que el sentido primordial del Poder Legislativo es la administración financiera del aparato gubernamental. Entonces, un primer punto es señalar que debería apuntarse a que no se retengan las aludidas mayorías, precisamente con la esperanza de retornar al espíritu democrático. En la misma línea argumental, un segundo capítulo se refiere no ya a una cuestión de calidad institucional sino más bien a lo crematístico. Se ha dicho también desde las esferas de nuestros empleados públicos que si “el partido gobernante” (sic) no consolida sus mayorías, la situación económica se tornará caótica. Esto parece una chanza de mal gusto puesto que difícilmente pueda concebirse un desorden mayor en las cuentas fiscales que el actual desbarajuste y, sobre todo, las inquietantes proyecciones de números que piden a los alaridos modificar el rumbo. Gasto público descontrolado, fuga de capitales a tasas africanas, prohibición de facto de buena parte del comercio exterior, chantajes, amenazas y controles de precios, inflación venezolana, manotazo a los fondos de pensión privados a raíz de lo cual la imposición de directores estatales en las empresas privadas (privadas de independencia en grado creciente), graves problemas energéticos en ciernes, déficit fiscal en aumento después del pago de intereses de la deuda (que es superior a la que tenía lugar durante la tan temida crisis del último Cavallo), llamativos atrasos a los pagos a proveedores de la administración pública, próximos vencimientos de imposible cumplimiento y una marcada y precipitada caída de la actividad económica, todo lo cual en un contexto de una grotesca falsificación de las estadísticas oficiales. Este es el “modelo” vigente que para ser justos (y dejando de lado los modales) no difiere mucho de lo que viene ocurriendo machaconamente en nuestra Argentina desde que se optó por la variante fascistoide en los años treinta y se acentuó grandemente a partir del advenimiento del peronismo, “modelo” que bajo una u otra denominación y con diversas variantes y disfraces hemos mantenido a rajatabla. En modo alguno estoy sugiriendo en esta nota que las diversas agrupaciones de la oposición resultarán capaces de revertir la situación del momento. Hay aquí una cuestión de otro orden y es el necesario debate de ideas que, a su vez, surge de la comprensión de los fundamentos de una sociedad abierta. Estamos a años luz del proyecto alberdiano. Mientras se siga sosteniendo que la sana educación es una cuestión de largo plazo, estaremos siempre corridos por los acontecimientos. Con razón se dice que la marcha más larga comienza con el primer paso. La concepción de que el aparato estatal debe entrometerse en todos los recovecos de la vida de las personas se mantiene en pie y viene arrastrando una tendencia alarmante. Por ello es que, más que el frenesí que se produce por los actos electorales, la clave debe verse en la contribución diaria de cada uno para que se lo respete en sus derechos inalienables. Solo así nuestro país volverá a estar a la vanguardia de las naciones civilizadas. Tal como le ocurre a un país en decadencia todo lo anterior parece mejor, esa es la lógica del plano inclinado. Estemos atentos, no vaya a ser que dentro de unos años extrañemos lo actual.
* Doctor en Economía.
Ámbito Financiero
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