Santa Teresa K. El miedo a perder las elecciones hizo que Kirchner ablandara su imagen.
Por James Neilson
Todos los políticos se preocupan por su imagen y, con la ayuda de expertos en la materia, hacen cuanto pueden por mantenerla atractiva, vistiéndose de modo distinto, sonriendo mucho y enfrentando como actores las oportunidades fotográficas, pero la verdad es que muy pocos se han animado a intentar transformarse de manera tan drástica como Néstor Kirchner. Si bien no se le ha ocurrido tratar de modificar su apariencia física, está haciendo un esfuerzo heroico por darse una nueva personalidad pública.
Luego de desempeñar durante años, con éxito fulminante hasta hace apenas un año, el papel del argentino enojadísimo con un mundo que no estaba a su altura, el ex presidente ha descubierto, un tanto tardíamente, que el humor de la gente ha cambiado mucho desde la crisis traumática de inicios del milenio. La iracundia permanente ya no está de moda. Las profecías apocalípticas -"yo o el caos"-, y las alusiones a los desastres horrorosos de los años noventa, no venden como antes. Ha llegado la hora de la sobriedad, del equilibrio y Kirchner, consciente como pocos de lo importante que es saber aprovechar los caprichos del mercado público, está procurando adaptarse a las nuevas circunstancias.
Hace tiempo abandonó el progresismo transversal porque, al ponerse más oscuro el panorama, el pejotismo sensiblero le pareció mucho más seguro. Ahora, advertido por las encuestas de opinión de que buena parte del público se había cansado del tipo desabrido y gritón que antes le había encantado, decidió metamorfosearse en un hombre tranquilo, solidario, de actitudes un tanto lacrimógenas, uno que rutinariamente besa a cuanto niño o anciano se le cruza por el camino a fin de subrayar la intensidad del amor que siente por los pobres. Aunque dichos pobres se han visto castigados con saña por la inflación que los K fingen creer es un invento neoliberal, sobre la base de medio siglo de experiencia los peronistas confían en poder minimizar su impacto en las urnas con algunas palabras bondadosas y dádivas preelectorales. Al fin y al cabo, el haber depauperado a la mitad de los habitantes del país en las décadas que siguieron a su aparición en el escenario no les ha supuesto costo político alguno. Antes bien, los ha hecho imbatibles.
Para satisfacción de los asesores de imagen que le habían aconsejado adoptar un estilo más suave y menos urticante, y para extrañeza de los demás, el Néstor renacido se estrenó en algunos barrios poco salubres del conurbano, donde para asombro de aquellos acompañantes que no estaban al tanto de lo que estaba sucediendo ni siquiera intentó destripar con su vehemencia acostumbrada a los miserables que se oponen a su "proyecto". En los días siguientes, se las arregló para pronunciar algunos discursos de campaña que, conforme a sus pautas personales, eran relativamente medidos, si bien no pudo sino vapulear a los destituyentes que aspiran a "entrar por la puerta de atrás" y que, para más señas, no quieren a "la Presidenta Coraje", la "compañera de toda la vida" con la que, según parece, protagonizó algunas aventuras imaginarias como perseguido político en el lejano sur. Huelga decir que el intento de Néstor de erigirse en un símbolo de la bondad y el amor universal -además de héroe de la resistencia-, no convenció del todo a los familiarizados con la versión original. A juicio de Elisa Carrió, Kirchner es "como el lobo feroz cuando se disfraza de abuelita". Dentro de poco, va a volver a ser "el lobo feroz con el pueblo".
Puede que resulten tener razón Lilita y otros que dan por descontado que, bien antes de las elecciones del 28 de mes que viene, el Kirchner auténtico nos mostrará nuevamente sus dientes filosos, pero aun así, el que el ex presidente haya entendido que los tiempos han cambiado y que por lo tanto le convendría procurar ajustarse a ellos es un dato muy significante. También lo es la promesa, sincera o no, de que su esposa continuará gobernando hasta diciembre del 2011 ya que por eso "nos votaron".
Parecería que por fin la pareja se ha resignado a que le será imposible conservar el poder más allá de dicha fecha y que en consecuencia le corresponde asegurar que la transición sea por lo menos tan civilizada como están pidiendo Mauricio Macri y Francisco de Narváez. Si bien no puede gustarles a dinastas natos como Néstor y Cristina la alternativa así supuesta, habrán comprendido que les sería la menos penosa concebible. Por cierto, una renuncia apresurada, seguida por una crisis institucional de proporciones, no los ayudaría en absoluto. Por el contrario, les aseguraría un lugar de privilegio en la galería de los malos más execrables de la película nacional. Para ellos, sería peor que escapar en helicóptero de la Casa Rosada.
Aun cuando la lista encabezada por Néstor aventaje a las de De Narváez y Stolbizer, algo que a juzgar por los sondeos bien podría suceder, el oficialismo verá reducida su bancada en Diputados y el Senado, lo que después de diciembre obligaría a los Kirchner a acostumbrarse a negociar con una oposición variopinta o correr el riesgo de desatar un conflicto de poderes de desenlace incierto. Así las cosas, Néstor cometería un error peligroso si optara por desenterrar el estilo K tradicional: al fin y al cabo, no le faltan enemigos bien provistos de armas jurídicas que quieren verlo entre rejas. Desde su punto de vista, pues, lo más sensato sería aprovechar los dos años y medio que según la Constitución Cristina estará en la Casa Rosada para reconciliarse con una cantidad suficiente de sus congéneres de la clase política como para ahorrarse un sinfín de problemas legales engorrosos cuando se vea alejado del poder.
Pase lo que pasare en el cuarto oscuro, el 28 de junio, Néstor conseguirá la banca de diputado para la que se ha postulado y que jura estar dispuesto a ocupar. Pero incluso si ganara por un margen abultado, no tendría garantizada una eventual elección como presidente de la Cámara baja que, entre otras cosas, lo ubicaría en el tercer lugar de la sucesión presidencial detrás de José Pampuro y su bestia negra, Julio Cobos, variante esta que entusiasma a sus partidarios más comprometidos que aún se resisten a pensar en un país deskirchnerizado.
Se trataría de un arreglo decididamente desestabilizador, motivo por el que varios jefes opositores ya han manifestado su inquietud por lo que podría estar tramando un hombre que a su juicio sería capaz de ir a virtualmente cualquier extremo para aferrarse al poder, pero de producirse un embrollo institucional equiparable con el que sirvió para despejar el camino de regreso a la Casa Rosada de Juan Domingo Perón, Kirchner estaría entre los perdedores. Como el protagonista de este relato no puede sino entender, un ex carismático que se ha sentido constreñido a implorar la ayuda de testimoniales que miden mejor que él en las encuestas de los distritos que manejan, además de modificar drásticamente el estilo irascible que hizo mundialmente famoso, sencillamente no estaría en condiciones de sobrevivir mucho tiempo en medio de una tormenta política confusa que sería acusado de desatar.
Hasta vísperas de las elecciones presidenciales de octubre del 2007, Kirchner disfrutó de un nivel de aprobación equiparable con el atribuido actualmente al colombiano Arturo Uribe y el brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva, dos mandatarios que, alentados por sus allegados y por las encuestas de opinión, se sienten tentados a tirar por la borda las constituciones de sus respectivos países a fin de eternizarse en el poder. De haber conservado su popularidad, los Kirchner hubieran podido emularlos sin tener que impulsar ninguna reforma constitucional, pero jugaron tan mal sus cartas que el país ya está preparándose para un futuro no kirchnerista.
Pues bien: ¿Qué pasó? En opinión de algunos, el hundimiento sorpresivo de las acciones de los K se debió a que encararon el conflicto con el campo de forma tan antipática que la mayoría decidió que eran insoportablemente soberbios, agresivos y arbitrarios. O sea, que los traicionó la imagen belicosa que les había servido para construir poder. También los perjudicó mucho la reivindicación apasionada por parte de Cristina de una ideología maniquea y anticuada que, a juicio de la mayoría, estaba desvinculada de lo que efectivamente ocurría en el país.
Otra explicación de lo que sucedió sería que, a pesar de todo, el grueso de la sociedad argentina, a diferencia de la colombiana y, según parece, la brasileña, se opone por instinto a la re-reelección de los mandatarios nacionales y también a los intentos de fundar dinastías presidenciales familiares. Como corresponde en una democracia, aquí la ciudadanía es veleidosa. Puede enamorarse de un caudillo por algunos años, pero, tal y como sucede en las democracias consolidadas, ello no quiere decir que esté dispuesto a permitirle atornillarse a la silla presidencial. Por lo demás, las ideologías demasiado esquemáticas, las que huelen a fanatismo, la asustan tanto como las amenazas apenas veladas que profería Néstor antes de optar, cuando ya era tarde, por probar suerte con el papel del personaje benigno y casi razonable que, dadas las circunstancias, le hubiera convenido ensayar por lo menos tres o cuatro años atrás.
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